La muy exitosa Film Symphony Orchestra (FSO) ha anunciado que regresa a la arena convocando a la audiencia no a los auditorios sino a las salas de cine. Con el programa La mejor música de cine en la gran pantalla arranca la próxima semana en doce ciudades (puedes consultar las fechas aquí), en lo que es una acción de supervivencia de una empresa privada que, como tantas otras del medio audiovisual -y de cualquier otro medio- está sufriendo lo indecible por culpa de la pesadilla del Covid-19. Nunca he sido favorable a su concepto de concierto, más por la forma que por el contenido. Creo que banaliza y convierte en un show algo muy serio que por el descrédito que arrastra desde siempre en diversos ámbitos merece ser expuesto sin su director vestido de Matrix ni espectáculos de luces y colores. Conozco a Constantino Martínez Orts, el director y máximo responsable de FSO, creo que pese a todo me tiene aprecio y también sabe las razones por las que no puedo aplaudir lo que hace, aunque dado el monumental éxito que lleva años cosechando -fruto de un trabajo empresarial bien hecho- mi postura es muchísimo más que irrelevante.
No creo que los conciertos de la FSO sirvan para difundir los valores de la música de cine aunque sí la popularicen, que no es mala cosa, pero hacerla más popular no implica hacerla más reconocida si ese reconocimiento solo se sustancia en su faceta más accesible, esto es las bandas sonoras melódicas y emotivas, porque hay incontables bandas sonoras magistrales que no tendrían cabida ni aceptación en este tipo de conciertos entre el público asistente, bastante del cual no pisaría jamás una sala de concierto seria. Lo que se ofrece es un entretenimiento muy saludable pero también distorsionado -como cualquier concierto-, que ni refleja ni explica siquiera cercanamente la realidad de la grandeza de la música de cine: para la gente seguirá siendo un acompañamiento de imágenes o algo que es solo emocional.
Pero ser radical en la defensa de la música de cine como pieza clave en la construcción de la narración cinematográfica no me hace estúpido. En primer lugar porque tengo todas las de perder: si en lugar de salir Martínez Orts al escenario salgo yo a dar una de mis charlas, se provoca una estampida hacia la salida, y si voy yo a El Hormiguero a explicar lo que es la música de cine, tal y como radicalmente la entiendo, las audiencias bajan en picado. Por tanto hay que saber ceder si se quiere ganar, al menos algo, y desde luego asumir que estos shows de la FSO aportan entretenimiento, alegría y buenos ratos a gente necesitada de ellos, y sería una necedad estar en contra de eso, ¡mejor música que violencia!, por decirlo de alguna manera. El éxito de FSO es deseable ante todo para la empresa y sus trabajadores, también para expandir el amor a la música de cine y ojalá entre los muchísimos que acuden a estos conciertos haya quienes se les estimule el apetito por saber más para finalmente llegar a ver la música de cine más allá de lo musical.
Que ahora por una necesidad del todo comprensible y absolutamente estimable lleven sus conciertos a las salas de cine tiene algo de justicia poética: la música regresa a las salas de cine. Si hay gente que tras la experiencia le apetece más verla en una pantalla en blanco que en un escenario sería maravilloso.