Si deja de darse importancia al valor dramático y narrativo de las canciones en el cine, entonces lo más posible es que lo próximo en caer sea la propia música. Aunque en realidad ya sucede desde hace un tiempo: con honrosas excepciones ni las canciones importan como modo de aportar una explicación adicional ni a la música es considerada como modo de contectar con la audiencia no solo a nivel emocional sino también intelectual, dando informaciones, por lo menos al nivel de antaño.
En el caso de las canciones y al menos en España se añade una circunstancia más penosa: es inexplicable que algunas de las mejores canciones de la Historia del Cine fueran invisibilizadas al no subtitularlas, privando a las audiencias de entender lo que estaban contando. Tanto en musicales como especialmente en no musicales, y en la abrumadora mayoría de películas de habla inglesa. Desconozco cómo se exhibían las películas en Japón, en Suecia, en Francia o en Argentina, pero en España fueron décadas de cine con canciones relevantes que acabaron siendo meras canciones de acompañamiento. Hace unas semanas, charlando con Lucía Pérez acerca de su libro Dimitri Tiomkin: canciones para el lejano Oeste, nos preguntamos cómo fue posible que a los exhibidores no se les ocurriera poner subtítulos al fabuloso soliloquio Do Not Forsake oh My Darling de High Noon (52). Al no hacerlo, a la audiencia que no entendiera el inglés se le privaba de una información vital sobre el personaje que estaba en la película pero que por no ser subtitulada... desaparecía de la película. Y como esta canción, incontables más. ¿Cómo es posible que, al menos en España, no hubiera nadie que pensara que las canciones explicaban cosas? Afortunadamente en pases televisivos o ediciones en DVD, etc, sí hemos visto esas canciones ninguneadas con sus correspondientes subtítulos y, así, dando a la audiencia la oportunidad de ver y sentir y entender las películas completas.
Volviendo a las canciones como vehículo narrativo, la situación actual es penosa, y no porque sea estropeada en España o en cualquier país sino que viene de fábrica, principalmente de Estados Unidos. Rescato esta contundente declaración que en su momento hizo la letrista Marilyn Bergman, triple ganadora del Oscar junto a su marido Alan:
"Nos sentimos alejados del cine actual. Un día nos llamaron de una productora, que quería que hiciéramos una canción para su película. Le preguntamos cuándo podríamos verla y nos dijo que no teníamos por qué verla, que solo querían 'una canción de amor como esas que escribís'. Le dijimos: 'si no quieres que la veamos no nos quieres a nosotros'. En la mayor parte son canciones más interesadas en el mercado discográfico. Las ponen al final de las películas, no son epílogos, no tienen nada que ver con lo que ha sucedido en la película. No tiene gracia escribirlas"
Esta semana hemos publicado un primer artículo repasando la trayectoria de los Bergman. En las letras que escribieron para el cine hay auténtico compromiso con las películas. Algunas son increíbles, de una poética abrumadora, y no solo en musicales como Yentl (83) sino en cualquier tipo de película. Y como ellos muchos más letristas que hicieron aportaciones fabulosas a la cinematografía no solo por crear canciones bonitas sino sobre todo útiles. En los últimos años las canciones de cine son creadas muchísimo más para lo comercial que para lo dramatúrgico y, lo que es aún peor, para una comercialización a corto plazo: muchas de ellas son pronto olvidadas y reemplazadas por nuevas aspirantes a ser hits. El tipo de canciones de gentes como los Bergman o tantos otros no tenían fecha de caducidad porque tenían calidad y, además, contenido. Eso es lo que está en peligro.