Las compositoras de cine llevan muchos años peleando por encontrar su espacio en la industria en igualdad de condiciones y de trato con respecto a los compositores, una situación que a pesar de lo mucho que se ha avanzado sigue siendo complicada y delicada. Como hombre, confieso que me da bastante sonrojo escribir a favor de las compositoras porque simple y llanamente las mujeres no necesitan hombre que las defienda, en pleno XXI no estamos en esos escenarios. Pero no tienen las mismas oportunidades. Ellas lo denuncian y yo lo he constatado.
Esta misma semana el prestigioso diario británico The Guardian ha publicado un extenso y demoledor artículo, The Hollywood crisis #MeToo missed: ‘Every female composer has been through it’, que aborda el repugnante asunto del acoso sexual (se nos dice que celebremos el hecho de que las mujeres compositoras hayan superado el 5% de la industria, pero de ese 5%, ¿cuántas han sufrido acoso sexual y traumas?), y también las condiciones de trabajo abusivas, de explotación, que sufren muchas mujeres intentando encontrar un hueco profesional en la composición para el cine. Por desgracia, el acoso sexual es extensible a todas las profesiones y la explotación laboral en el mundo de la banda sonora no la sufren solo las mujeres, pues también afecta a los varones. A pesar de la absoluta gravedad de lo primero y de la injusticia de lo segundo, no son estos dos los temas capitales que afectan a las compositoras puesto que por encima de ellos se impone el que el mero hecho de ser mujeres ya complique el acceso a la composición para el cine. Son prejuicios, es estupidez, falta de sensatez, pero es una realidad que vienen denunciando desde hace mucho mujeres compositoras que no necesariamente han sufrido acoso sexual ni quizás penurias laborales.
La lógica de que tradicionalmente el mundo de la música ha sido un mundo de hombres es en nuestros tiempos ya ilógica, pero parece difícil derribar ese muro. Algunas medidas que se han implementado en España para allanar el terreno (como la Orden CUD/582/2020 del Ministerio de Cultura y Deporte, de la que nos ocupamos en artículos y editoriales *) sí ha permitido incorporarse a mujeres en el mercado laboral de la música de cine, pero a un precio demasiado dañino para compositores que han perdido trabajos en un contexto donde no hay posible paridad real, como escribí en el editorial Igualdad y desigualdad:
"Si en un país hubiera 100 arquitectos y 100 arquitectas, y de ellos 90 arquitectos trabajando y 90 arquitectas en paro deduciríamos que algo no está funcionando nada bien en ese país, si realmente creemos que hombres y mujeres son iguales. Alguien muy conservador y anti-regulación podría decir que el mercado elije a los/las mejores independientemente del sexo pero habría que preguntarle -y a saber qué contestaría- qué le hace pensar que las 90 arquitectas son peores que sus colegas varones. Seguramente, rascando un poco, saldría la vieja pintura de los embarazos, las reglas, los hijos y tantas otras razones que en el pasado bloquearon el acceso de la mujer al mercado laboral. El problema que se plantea en el sector de la composición para el cine en España es que no hay 100 arquitectos y 100 arquitectas, sino una desproporción enorme, con muchísimos más hombres que mujeres, aunque afortunadamente cada vez haya más"
Hay, pues, dos cuestiones de máxima prioridad: una es que podamos tener un país con 100 arquitectas, que haga imperativo esa equidad numérica: la otra es que, simple y llanamente, se entienda de una (maldita) vez que la única distinción posible es entre competentes e incompetentes, no entre hombres y mujeres. Yo he sido testigo de que aún hay en la industria -también la española- quien ve con escepticismo la presencia de la mujer en la composición. Son sordos, pero también son ciegos y estúpidos. Esto no es cosa de mujeres, el talento no tiene sexo. La dignidad personal y profesional tampoco.
(*) Le dedicamos nada menos que ocho artículos y editoriales: disponible el índice de todos ellos en el editorial final Igualdad y desigualdad.