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DESPLAT EN LO DECRÉPITO

26/04/2024 | Por: Conrado Xalabarder

Gordófoba, islamófoba, sexista, edadista, homófoba, rusófoba o misógina son algunos de los calificativos que de modo casi unánime le ha dedicado la crítica de cine a la nueva película de Roman Polanski, The Palace, que se estrena hoy (pueden leerse esas críticas en Filmaffinity). Todas son consideraciones subjetivas, personales, que poco tienen que ver con el análisis cinematográfico. Yo no estoy de acuerdo con ninguna de ellas: The Palace no es gordófoba, islamófoba, sexista, edadista, homófoba, rusófoba ni misógina sino un retrato inmisericorde de lo decrépito, lo decadente y lo grotesco. Y deliberado: basta con ver lo que hace Alexandre Desplat -ater ego, siempre, del director- para constatar que no pretendía hacer una comedia para entretener y hacer reír. Pero la crítica, se sabe, nunca se fija en la música, simplemente la ignora.

En su crítica para Cinemanía, dice Toni Vall, y a mi parecer con toda la razón:

"No puedo evitar imaginar qué diríamos si The Palace la firmase, por ejemplo, Quentin Dupieux: gran sátira, surrealismo inteligente, bizarría loca... ¿Que la dirige Polanski? Machismo, humor chusco y burda escatología. Así están las cosas, me temo. Se le ha atribuido al director polaco que con este absoluto disparate se quiere vengar de sus críticos, de todos aquellos que le odian. Puede ser su propósito, quien sabe, pero no diría que solo se ría de ellos. The Palace podría perfectamente ser la obra final, libérrima, absurda e insoportable de un artista fundamental que está hasta las narices del mundo en que vive".

Quentin Dupieux o Wes Anderson o Terry Gilliam o incluso el Blake Edwards de algunas de las secuelas de la saga The Pink Panther y sus gags algo casposos. Porque efectivamente The Palace es casposa, anticuada, decadente y con poca gracia porque no pretende ser graciosa sino agria y amarga. ¿Acaso los críticos no han visto la galería de personajes decrépitos, feos, vulgares, decadentes y crepusculares que pululan por la película, comenzando por un maravilloso Mickey Rourke?

Dice David Katz, en Cineuropa, que es una película que puede ser analizada y estudiada, y también estoy de acuerdo con él porque no la veo hecha ni para entretener ni siquiera para gustar, sino para denunciar y disgustar, buscando lo anticarismático y lo antipático, enfatizando lo vulgar y el feismo porque Polanski muestra lo horrible, un circo de freaks patéticos, un vómito amargo sobre lo políticamente correcto. Pero yo no soy crítico de cine y quizás esté defendiendo estúpidamente una película estúpida. Lo que sí tengo clarísimo es que Roman Polanski es un cineasta inteligentísimo que siempre ha manejado la música de un modo muy calculado y preciso, con intenciones claras.

El propio Alexandre Desplat me explicó que a diferencia de lo que sucede con otros directores, Polanski tiene meridianamente estudiado qué va a aportar desde la música, qué quiere contar y cómo lo pretende enfocar. Por ello hay que ver (que no escuchar) la música para entender el mensaje. Y la música de Desplat no es la de haute comédie a lo Mancini, sino es música de comedia apagada, fláccida, decadente, incluso decrépita. ¿Desplat sin inspiración? ¿Desplat en horas bajas? Desplat es uno de los compositores más hábiles e inteligentes en el cine actual y su música es la voz de Polanski: basta con escuchar (ahora sí) el vigor que tiene la música en créditos finales justo al acabar el filme, con un tema -adjuntado en este editorial- que es puro sarcasmo e inteligencia. Yo no soy crítico de cine pero he aprendido a ver (que no escuchar) la música en las películas, y a través de Desplat he visto que este Polanski no tiene nada que ver con lo que reflejan las devastadoras y crueles críticas que le han dedicado a uno de los cineastas más fundamentales de la Historia del Cine. Yo, al menos, he visto otra película muy diferente.

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