El joven Peter intenta descubrir quién es y cómo ha llegado a ser Spider-Man. En su viaje para atar los cabos de su pasado descubre un secreto que guardaba su padre, un secreto que finalmente dará forma a su destino.
En filmes de fantasía, con superhéroes como protagonistas, hay bandas sonoras que abren una amplia autopista por donde los espectadores circulan bajo el influjo seductor de la música y bandas sonoras que son muy eficientes, pero funcionales, y en las que el espectador es sujeto pasivo. Esta aportación a la saga pertenece al segundo grupo, donde la música se encarga de resoluciones concretas (escenas de acción, épicas, etc.) pero que se ubica en un plano de percepción más subconsciente -si bien hay también música más expuesta-, particularmente por la ausencia de notabilidad en un tema principal conductor. Esto, en sí, no es en absoluto malo, en tanto se genera mayor expectativa e incerteza en el espectador, que carece de un referente musical concreto al que acomodarse. Pero es también una opción de mayor riesgo, por el peligro de que, no participando activamente, al final el espectador acabe por ser indiferente a la música y se concentre en las acciones de la propia película. En otras palabras, ¿sobreviviría este Spider-Man sin lo creado por el compositor? Seguramente sí, aunque evidentemente con daños importantes, y ello porque esta música enfatiza y remarca pero no trasciende ni salta de la pantalla a la percepción participativa y activa del espectador. Como obra de encaje y de aderezo, es naturalmente impecable (lo extraño sería que no lo fuera). Pero fuera de eso, genera cierta indiferencia pues le falta entidad. Recordando la música de otros filmes de la saga es una moderada decepción.