Harry Gregson-Williams lleva treinta años en el cine mostrando su talento en más de ciento veinte proyectos, pero pese a lo mucho demostrado es desconocido para la mayoría de la gente (no para la afición), y es un compositor que no está teniendo suerte en su gran alianza profesional con el director Ridley Scott, la más importante de su carrera. Sus seis colaboraciones han resultado de una manera u otra desastrosas bien artísticamente, por masacre de su música en montaje (Kingdom of Heaven), por inserción muy inadecuada de canciones (The Martian) o bien por fracaso estrepitoso en taquilla, como Exodus: Gods and Kings (hizo música adicional) y The Last Duel (21). Su ausencia en Napoleon (23) -otro desastre comercial- hizo pensar que la relación profesional entre ambos había terminado, pero el regreso en Gladiator II (24), que se estrena hoy, me hacía pensar que por fin se iba a acabar un mal fario que si la memoria no me falla resulta único y sin parangón entre las relaciones más o menos estables entre director y compositor.
Antes de ver la película quise escuchar la música -lo que no suelo hacer pues prefiero encontrármela en el contexto- y quedé maravillado: ¡Harry Gregson-Williams está desatadísimo!!!, les comenté en privado al equipo de MundoBSO. Y con esa ilusión he ido esta mañana a verla. Nuevo bochorno, nueva irritación. No hablo de la película en sí, bastante entretenida, sino de la música y su aplicación. Pero no es culpa del compositor, sino de Ridley Scott. Por enésima vez.
En MundoBSO tenemos la máxima consideración por Gregson-Williams: Ignacio Marqués hizo una formidable reconstrucción de la banda sonora de Kingdom of Heaven (ver vídeo), tras el destrozo del director. También hicimos un vídeo explicativo sobre The Last Duel, donde mostramos y demostramos su finezza e inteligencia, afortunadamente intacta y una de las pocas películas del director, junto a la mayor parte de las que hizo con Zimmer, que son ejemplares en el uso de la música. Pero si por algo es conocido Ridley Scott es por su afección por pegarse tiros en el pie propio, destruyendo músicas de sus películas y, así, haciéndolas menos buenas. Lo hizo con Goldsmith, con Vangelis, también con Zimmer (en Black Rain) y con Gregson-Williams parece que ya es una costumbre. Tenía muchísimas ganas de salir del cine proclamando la de Gladiator II una de las mejores bandas sonoras del año y he salido lamentando que, por culpa de Ridley Scott y su tiro en pie propio, sea una de las más sonrojantes.