Hans Zimmer ha señalado en distintas ocasiones que él, como compositor, además de cumplir con las distintas necesidades que tiene la película busca facilitar una experiencia a la audiencia. Toda música en una película, en realidad, genera una experiencia: el pianista de lupanar tocando en la barraca de proyección unos acordes graves para señalar las malas intenciones del rico prometido con la chica que ama al pobre también enamorado generaba una experiencia en la audiencia, y desde aquellos tiempos del cine mudo la música siempre ha creado algún tipo de experiencia, de vivencia, en cada persona. No cuenta nada nuevo Zimmer pero es una gran verdad, salvo en los casos -en el arte existe esa posibilidad- de que al creador o creadores les importe un pimiento la audiencia y solo busquen volcar en el lienzo cinematográfico lo que quieran expresar: la última película de Coppola es un buen ejemplo de eso.
Sucede que en el cine de entretenimiento la música es siempre facilitadora de la experiencia: es decir, está para ambientar, dramatizar, explicar, abrumar, emocionar o lo que haga falta para que cada persona viendo la película interactúe racional o emocionalmente con ella. A partir de aquí, ¿qué nivel de exigencia musical ha de darse? ¿Debe ser con una música extraordinaria o basta una música del montón pero que sirva para que la audiencia viva plenamente esa experiencia?. Hoy se estrena Mission: Impossible - The Final Reckoning (25), en la que se da por respuesta ambas opciones: la música original es poco sustancial y la de Lalo Schifrin una gozada. Y, claro, cuando Schifrin aparece la experiencia es total y la película se dispara hacia arriba. Hablo por mí, claro. A pesar de lo muy entretenido que es el filme de McQuarrie y de lo espectaculares que son las impactantes secuencias a lo Abyss y a lo Out of Africa, la ausencia de una música interesante ha ido en demérito de mi experiencia personal. ¿Pero quién soy yo para opinar sobre cómo han vivido los demás la película? A la abrumadora mayoría del público mis objeciones no serán las suyas, por lo que es fácil deducir que la música menor no necesariamente resta la implicación en la experiencia del público.
Pero lo que es absolutamente seguro es que la música mayor sí suma y mucho, y con la casi total certeza de que a la abrumadora mayoría Schifrin también les ha aumentado el gozo en su experiencia, lo suyo sería que se subiera más el listón de calidad para que el público disfrutara aún más, porque la buena música casi nunca falla.