Una niña quiere aprender a comunicarse con el espíritu de una niña que lleva siglos atrapada en una ermita y por eso intenta convencer a una médium para que la ayude.
Un arrollador inicio musical -que por contener spoiler se comentará al final- abre y genera unas altas expectativas que lamentablemente se van desinflando hasta reducirse prácticamente a la nada. Esta película abre distintas líneas argumentales que acaban por ser confusas, muy deficientemente desarrolladas y que desembocan en un clímax completamente anticlimático, apático y anodino. Su interés mengua progresivamente a medida que avanza el metraje y la idea de mostrar la necesidad (de una niña) de evadirse de la dura realidad en la que se encuentra (su madre agónica) a través de la fantasía pierde fuelle y sustancia por sus giros entre el pasado y presente, lo real y lo sobrenatural y el intento casi desesperado de cautivar y emocionar en un tramo final sin interés alguno.
Todo lo expuesto se refiere al conjunto de la película y también a la música de Pascal Gaigne, que abre también distintas líneas musicales que lamentablemente se van desinflando hasta reducirse prácticamente a la nada. Y es lamentable porque algunas de sus ideas son, por originales y atrevidas, del todo interesantes: el tema de la niña, por ejemplo, que siendo ella una niña es una música tan madura y tan poco infantil, tan cerebral y poco emocional, unas notas reiteradas que aportan una profundidad misteriosa... pero que tras tres o cuatro apariciones no vuelven a salir ni desarrollarse. Conducen a la nada, como a la nada llevan el resto de temas que, por ser parecidos, se mezclan formando una amalgama de músicas a las que se añade además aquella que, con prestensiones sentimentales, resulta ahogada, asfixiada. En la parte final, a pesar de que el compositor parece que retoma riendas más firmes, la resolución es anticlimática, apática y anodina. Las malas decisiones de los directores (o en este caso las directoras) provocan desastres con la mejor música.
SPOILER
Lo mejor y más admirable en la aportación de Gaigne a esta fallida película se encuentra en su inicio. Es un brillante momento donde la música juega fantásticamente bien el rol de la inmersión engañosa: una procesión medieval de médicos y enfermos de lepra se dirigen hacia una iglesia, donde los infectados serán encerrados. La música, de aires medievales y tono de procesión, arrastra a la audiencia hacia la oscuridad del momento, y sus aires ténebres y dramáticos, con los coros ceremoniosos del ritual de la muerte, parecen llevar a un punto de eclosión... hasta que la aparición de un teléfono móvil y de gente asistiendo a lo que era una mera representación teatral nos devuelve a la realidad, que es sin música. La música, no diegética, ha resultado ser una gran farsa, una suerte de película-dentro-de-la-película que funciona estupendamente bien y que, a la vez, coloca el listón de partida muy alto, aunque lamentablemente a partir de ahí todo caerá en picado.