Un jugador profesional de ajedrez se casa con una periodista francesa, y años después junto con la hija de ambos se van a vivir a Francia. Allí él será acusado de espía por los nazis y encerrado en una prisión de las SS, donde intentará sobrevivir gracias a la afición al ajedrez del oficial al mando.
En la mejor tradición del género del melodrama esta es una banda sonora sinfónica suntuosa, elegante y útil a los propósitos de la perspectiva desde la que se entiende el filme porque es música bella, pero ante todo narrativa. Gira en derredor de un poderoso tema principal, que se desarrolla y evoluciona, y conduce a personaje principal y espectador por los turbulentos acontecimientos que se explican: inicialmente es presentado como un tema romántico al uso, para su amor por su mujer. Es en este punto (y solo en este) algo acaramelado, dulce pero intrascendente, y además comparte espacios con otras músicas de similar color, menores, que sirven para aislarlos (a ellos pero también a los espectadores) del entorno de tensión y conflicto el que el ambos viven.
Es un tema que luego se volverá en contra de su propietario: en cuanto es encerrado y separado de su familia, esa ya no será la música de la felicidad sino la del dolor y la angustia por la pérdida y por el recuerdo, especialmente de su hija. En esta fase es una música que duele pero también alienta, y es en realidad un punto de fortaleza para el personaje allá donde todo parece estar en su contra. Y finalmente será su poder, cuando baste su sola mirada y la reaparición esplendorosa de su tema para avasallar e impedir ser asesinado, en una escena que además marca una inflexión: pase lo que le pase a partir de esa secuencia ya nada podrá con él.
La enorme fortaleza de este tema principal sirve para hacer madurar al personaje, y también para revestirle de un aura que hace difícil no empatizar y sentir una profunda emoción que no es en nada cursi sino elegante y refinada. El piano es el instrumento que se vincula al ajedrez y también al protagonista, pero no tanto para explicarle como tal sino el control que tiene sobre el juego, que será lo único que pueda salvarle la vida. Y fusionado y combinado con el tema principal, ayuda a darle mayor prestancia a su propietario.
Y es que una de las grandes bazas dramáticas y narrativas de esta película es que no solo es en el ajedrez donde hallará la salvación: también en la música. Bellísima, clásica e hipnótica. Es la segunda película de Alejandro Vivas (la primera, nueve años atrás, fue la también magnífica banda sonora de La conjura de El Escorial). El cine español no debería dejar pasar otros nueve años sin este compositor.