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La dictadura italiana impuso la producción, a partir de los años treinta, de numerosas comedias ligeras y, a pesar de la brutalidad del régimen, el gobierno de Mussolini facilitó la creación de instituciones como el Centro Sperimentale della Cinematografia, en el que se formaron muchos cineastas, o los estudios Cinecittà, fundados en Roma en 1937, que dio muchísimas facilidades a producciones alemanas y norteamericanas. Ese mismo año se inició la era llamada de los teléfonos blancos (1937 a 1941), periodo histórico de gran euforia con abundantes comedias, epopeyas, obras históricas y musicales todas ellas alejadas de la realidad humana y social del país, y que dieron a conocer a actores con célebres como Macario o Totò y compositores como Renzo Rosellini o Alessandro Cicognini, entre otros.
El movimiento neorrealista aparece en torno a la Segunda Guerra Mundial y se consolida con el abatimiento del fascismo. Representa la vida cotidiana de personas sencillas, en tono cercano al documental, en muchas ocasiones con personajes de la calle en lugar de actores profesionales: la falta de medios y platós disponibles tras 1944 obligó a rodar películas en la calle, lo que derivó en una seña inequívoca de identidad de estos filmes. Películas como Quattro passi fra le nuvole (42), de Alessandro Blasetti con música de Renzo Rosellini, o I bambini ci guardano (43) de Vittorio De Sica, en la que la partitura corrió a cargo de Cicognini, fueron algunas de las incipientes muestras del nuevo cine. Pero el pistoletazo de salida lo dio Roberto Rosellini con Roma, città aperta (45), rodada con grandes limitaciones y en la que la música, de Renzo Rossellini, hermano del director, aportó un tono piadoso y compasivo sin ser melodramático. El compositor seguiría en esa línea en títulos como Paisà (46), Germania anno zero (47) o Stromboli (49), aprovechando la música de raiz popular.
Cicognini, por su parte, hizo algo similar –era lo inevitable- en filmes como Sciuscià (46) o Ladri di bicicletti (48), ambos de De Sica, pero se mostró aún más emotivo en Umberto D (52), lúcida descripción de la misérrima vida de un jubilado. El neorrealismo siguió unos años más, en los cincuenta, pero el cine italiano acabó volviendo a los platós de Cinecittà y cerró un período apasionante.