Hace unos días, el 29 de julio, en la localidad barcelonesa de Sitges, tuvo lugar un concierto al aire libre con la música de Fernando Velázquez (que dirigió a la Orquestra Simfònica del Vallès) para sus filmes con J.A. Bayona, quien presentó el evento. Las entradas oscilaron entre los 30 y los 110 €. Los asistentes (alrededor de un millar, pero muchos con invitaciones) disfrutaron del concierto acompañados por ruidos de coches, camiones, gente que se levantaba, ruidos de las escaleras de metal con gente caminado arriba y abajo, y una acúsica en algunos momentos deficiente. En la localidad cordobesa de Fuente Palmera tuvo lugar, el domingo 22 de julio, un concierto de música de cine también al aire libre, a cargo de la Orquesta de Córdoba, con Juan Manuel Parra dirigiendo. Gorka Oteiza, de SoundTrackFest, estuvo allí y en su cuenta de Facebook explicó lo siguiente:
"La actuación de la orquesta fue estupenda, pero desgraciadamente resultó empañada por una gran falta de respeto y educación de buena parte del público (especialmente del que no estaba sentado) Con un nivel de ruidos, conversaciones, murmullos, además de niños jugando, gritando y hasta tirando petardos, como si estuvieran en el salón de casa, como pocas veces he visto en un concierto al aire libre. El pueblo de Fuente Palmera, ayer, no se mereció tener a la Orquesta de Córdoba en su plaza, con unas 50 personas en el escenario, que aguantaron estoica y profesionalmente una dura velada"
En el caso del concierto de Velázquez, ¿valió la pena pagar más de 100 € para verlo en esas condiciones? En el caso del concierto cordobés, que fue gratuito, ¿valió la pena el concierto en sí? Tanto uno como otro, es importante señalarlo, contaron con el trabajo impecable y profesional de sus orquestas, y naturalmente con la alta calidad de sus repertorios. Ese no es el tema que se esté cuestionando en este articulo, sino que los conciertos de música de cine se lleven a escenarios donde acaban siendo embrutecidos, aunque sea sin pretenderlo. Y lo peor es que lo que resultaría inaceptable con la música clásica, parezca que es normal que ocurra con la música de cine. A fin de cuentas es la idea que va calando gracias también a estos eventos: la música de cine es menor, es popular, no tiene categoría ni mayor interés y es para pasar el rato (¿cree el lector que este no es el pensamiento de muchísima gente?)
Muchos de los que acuden a estos eventos al aire libre no irían nunca en una sala de concierto a escuchar música de cine con la acústica y silencio necesario, pero especialmente con el respeto debido. Pero no estoy seguro que el acercar esta música al lugar donde sí acudirían (las plazas públicas o escenarios al aire libre) sea lo mejor para la música de cine, pues la convierte -aunque no sea lo pretendido- en una feria o un circo donde es normal no escucharla bien, oir escaleras crujiendo o gente sorbiendo una bebida. Y lo que vale para el concierto de Velázquez o el de Córdoba vale también para el concierto de Ennio Morricone en Nimes, al que asistí y que, como había sucedido también en las termas de Caracalla en Roma la semana anterior, debió ser amplificado: la música de un genio como Morricone no debería salir de las salas aptas para ello, que son las salas de concierto, donde no se necesita falsear con amplificaciones. La música en su estado puro, no un espectáculo de masas.
Creo que este tipo de eventos dañan (aún más) la proyección de lo que es la música de cine, y complican su aceptación en el ámbito de los amantes de la música en general. Yo no soy muy partidario de los conciertos de música de cine en sí (ya lo escribí en el editorial Prohibir la música, asumiendo la radicalidad de mi postura, sin pretender convencer a nadie), pero es que ver un concierto en esas condiciones, donde no se puede escuchar bien en sus matices... ni en sus silencios, donde a la orquesta se incorporan niños moviéndose o latas de refresco abriéndose... a mi me dolería muchísimo, se me haría insoportable, por el maltrato, y por eso no voy jamás a estos eventos al aire libre. Fui a Morricone por ser Morricone y ciertamente obró el milagro: no se oyó ni una tos. Pero porque el genio romano obra milagros. En lo que no es él, no sé hasta qué punto los aficionados a la música de cine han de armarse de paciencia y aguante para soportarlo.