Crónica de Acaimo González Sarmiento
El Festival de Música de Cine de Tenerife (Fimucité) volvió a llenar casi al 100% el Auditorio Adán Martín, una sala mucho mas grande que la de los anteriores conciertos y con una acústica aún mejor. La velada iba a estar dedicada de manera monográfica a películas de fantasía heroica, aquellas protagonizadas por hipertrofiados bárbaros en taparrabos, pseudoamazonas en bikinis imposibles, guerreros en armaduras estrambóticas y monstruos de todo pelaje y diferentes calidades de látex. Género que a todos nos ha proporcionado grandes alegrías en nuestra juventud pese a que no pueda presumir de haber producido grades obras maestras, y que siempre ha tenido a la música con gran aliada para vendernos mejor la fantasiosa trama… y ocultar a base de coros y golpe sinfónico la carencia de medios que le era habitual. Sin embargo, como prólogo, se procedió a la entrega de XIIl Premio de al Crítica Especializada al Mejor Compositor Nacional y a la Mejor Banda Sonora Nacional, organizado por el portal Scoremagacine y votado por 29 críticos de diferentes medios. El ganador de ambos galardones fue este año Pascal Gaigne, por sus obras El olivo y El faro de las orcas, de la que sonaron dos temas dirigidos por Ramón García i Soler que abrieron la noche.
Reconozco que este es el concierto que más esperaba de todo el programa del festival, pues soy un gran amante del cine fantástico y creo que las partituras para esta clase de cintas son un material idóneo para los conciertos. Como ya hemos dicho en muchas ocasiones, una cosa es la composición para un soporte audiovisual y otra, para interpretar en vivo: lo que en una escena puede ser emocionante al aportar contenido dramático, puede resultar totalmente insípida escuchado sin el cine que debe complementar. Por eso, las grandes melodías con la orquesta a pleno rendimiento y coro tan propios del cine épico son muy agradecidas para su escucha autónoma. La Orquesta Sinfónica de Tenerife es una agrupación con solera y probada calidad, por lo que en ese aspecto, la interpretación fue tan buena, exacta y briosa como cabía esperar. Además, como suele ocurrir en los conciertos de este festival, la producción no escatima medios para procurar que las versiones ofrecidas sean lo mas fieles que sea posible a los originales. Así, en esta ocasión hubo solistas de saxo tenor, acordeón y laúd para la suite dedicada a Pascal Gaigne, una agrupación de cinco interpretes de música antigua para la suite de Excalibur (81), guitarra y bajo eléctrico para ciertas piezas y canciones de tintes más pop/rock, y sintetizadores y sonido programado cuando fue requerido. La dirección corrió a cargo de la irlandesa Eímear Noone, que derrochó energía durante las más de tres horas que estuvo en el atril.
Sí, han leído bien. Tres horas. Y es que si algo caracteriza a los conciertos sinfónicos de Fimucité es que son largos. El de esta noche, por ejemplo, comenzó a las 20:00 y finalizó prácticamente a medianoche. Si restamos los 20 minutos de descanso y los tiempos muertos de discursos, estamos hablando de unas tres horas y media de música. Lo cierto es que a eso de las 23:00, algunos espectadores salieron de la sala, seguramente porque no esperaban la desmesurada duración de la velada. Yo solo lo apunto como dato: a unos les parecerá malo tanto tiempo y a otros, maravilloso. En todo caso, quien paga la entrada de estos conciertos, sabe que se le va a devolver hasta el último céntimo en notas. La noche, pues, prometía y, en general, cumplió mis altas expectativas. Pero he de decir que el concierto se me hizo algo pesado por momentos, por culpa de que no todas las composiciones tenían la misma calidad (para mi gusto) y por la desmesura de algunas de las suites, concretamente las que cerraron la primera y la segunda mitad de concierto, Highlander (86) y Conan the Barbarian (82), respectivamente. De Highlander se tuvo el buen criterio de incorporar dos de las canciones de Queen, interpretadas por Cristina Saavedra en una decisión discutible (¿una voz femenina para sustituir a Freddie Mercury?) aunque no cabe objetar nada a la poderosa interpretación de la solista. Las canciones de la banda británica están en el ADN de la película, por lo que incorporarlas es digno de aplauso. Además, se incluyeron tres temas del score de Michael Kamen: a pieza que presentaba al clan McLeod en Escocia, la hermosa melodía que ilustraba el entrenamiento del protagonista por parte de Ramirez (Sean Connery), y la fanfarria del duelo final (que no es precisamente lo mas distinguido de la partitura). Que esa fuera, justamente, la última pieza, y que se escuchara justo tras una cálida interpretación de Who Wants to Live Forever, resultó del todo anticlimático.
En cuanto al cierre del concierto con Conan the Barbarian, sé que mi opinión va a ser polémica y que la gran mayoría estará en desacuerdo y pensará que soy un tarado que no se entera de nada. Pero me parecido excesivo. Me explico: creo que prácticamente tocaron toda la banda sonora de Poledouris, menos un par de piezas: los títulos principales, la matanza de la aldea, la muerte de la madre de Conan, el tema de amor, la orgía, el final… prácticamente todo. Y eso, tras dos horas y pico de concierto. Eso sí, magistralmente ejecutado. Sé que para muchos la idea de demasiado Conan es inconcebible. Esto era un concierto de fantasía heroica y, por Crom, estamos hablando de la partitura por antonomasia del género. Pero habría preferido que aligeraran un poco esa parte para acabar antes o, si no, darle más variedad incorporando alguna que otra partitura (¿está Xena, la princesa guerrera, en la sala?). Aunque puestos a quitar cosas del concierto, los dos temas que sonaron de King Arthur: Legend of the Sword (17) de Daniel Pemberton (presente en la sala) para mí eran los candidatos idóneos. No he visto la película, pero imagino que en ella ganará mucho y ayudará a darle el tono canallita y moderno tan caro a Guy Ritchie. Pero en vivo, tras el impacto inicial de la percusión moderna que utiliza, creo que no iba ningún lado.
Mencionemos que la segunda parte del concierto estuvo dedicado a las partituras de fantasía de Trevor Jones, que recibió durante la gala el Premio Anton García Abril de Fimucité de manos del presidente del Cabildo de Tenerife, Carlos Alonso, y subido al atril para dirigir el tema principal para la miniserie Merlin (98). El resto de su programa, dirigido por Noone, estuvo comuesto por la bella The Dark Crystal (82) y Excalibur (81) de la que sonó parte de la música rechazada por John Boorman en favor de temas de Wagner y Orff. La verdad es que hubiera sido interesante poder escuchar esas piezas en su contexto real, porque además del ajustado tono épico, Jones le incorporó instrumentos medievales que le daban una sonoridad muy particular al conjunto. Hay que decir que fue un momento extraño del concierto, pues durante un rato lo que sonaron fueron dos danzas medievales (la que bailaba Ygraine y la que sonaba tras la primera victoria de Arturo) y un canto gregoriano que sonaba brevemente en la película, durante la boda de Arturo y Ginebra.
Conan, como no podía ser menos, estuvo omnipresente en el concierto, ya que también sonó el tema principal de su secuela, Conan, the Destroyer (84). Y sonó francamente bien porque se trata de un tema que en toda regrabación o interpretación que he escuchado, siempre supera a la pobre y deficiente grabación original, para la que el pobre Poledouris se tuvo que conformar con una formación con pocos músicos. Es un tema que demuestra la inteligencia del compositor, que supo ver que su melodía original para la primera parte no sería igual de efectiva para un nuevo título que era mas ligero y aventurero, por lo que supo evolucionarla hacia otra que casi parece de western. Al concierto acudieron otros barbaros ilustres, como The Beastmaster (82), de Lee Holdridge; The Sword and the Sorcerer (82), de David Whittaker; y Red Sonja (84), de Ennio Morricone. Tres grandes partituras para tres películas claramente menores, que además sonaron primorosamente en tres suites muy bien montadas. Otro título esencial del cine de fantasía es Willow (88), de James Horner (puede que con un poco de ayuda de Robert Schumann), cuyo tema para la niña que hace de Mc Guffin del film, Elora Danan, es arrebatador y pone la carne gallina hasta la más curtido. Completaron el programa el inicio de Beowulf (07) de Alan Silvestri, un gran tema que sirvió como introducción del concierto, con una incorporación de elementos electrónicos muy bien resuelta, pero que dada su corta duración, no fue todo lo bien recibido que, creo, merecía; y Season of the Witch (10) de Atli Örvarsson (que también estuvo en la sala), uno de esos títulos con los que Nicolas Cage trata de solucionar sus problema con el fisco y que encuentra en esta meritoria partitura un apoyo para parecer mejor película de lo que es.
En el concierto también hubo espacio para dos temas de videojuegos, mundillo que me es absolutamente ajeno pero que está muy relacionado con el mundo de la fantasía heroica. Uno de ellos, World of Warcraft: Warlords of Draenor (14) destacó por el aire místico de la voz solista. Baldur’s Gate: Dark Alliance 2, de Craig Stuart Garfinkle, me sorprendió gratamente con sus dos apocalípticos temas corales. Fue, si se me permite el chiste fácil, una noche bárbara: desmesurada pero llena de buena música y emociones. Como ya he expresado, probablemente yo habría programado otras piezas de más o de menos, pero al final esto es como los aficionados al fútbol: cada uno lleva un entrenador dentro. Lo cierto es que el programa, pese a mis pejiguerías, era lo suficientemente amplio y variado estilísticamente como para agradar a todo el mundo. Y eso es un gran acierto.