Crónica de Acaimo González Sarmiento
Pese a que la situación en 2020 no era nada fácil, la banda de los isleños liderada por Diego Navarro y Pedro J. Mérida estaba decidida a no dejarse amedrentar por ese matón del SARS-CoV 2. Pero no iba a ser una misión fácil, pues reunir a los compinches necesarios sería más complicado por las restricciones en los viajes, las medidas de distancia social y la reducción de los aforos. La misión, este año, era resistir.
EL PLAN
El Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife (FIMUCITÉ) ha logrado llegar a los catorce años de celebración ininterrumpida, sobreviviendo a una crisis económica global y, ahora, a una pandemia que todavía está lejos de disiparse. En un país que ha visto cómo grandes iniciativas en torno a la música cinematográfica han desaparecido, superar la década es todo un hito. Y que al finalizar la edición de 2020 el director del evento clamara con total seguridad un nos vemos en FIMUCITÉ 15, es un motivo de alegría.
Creo que la clave de esta perdurabilidad reside en tres pilares: primero, que el objeto del festival (la música para el audiovisual) es tratado con respeto; segundo, que ha crecido, aumentando el número de conciertos y se ha complementado con un festival de cine (Fimucinema) y sesiones formativas (Film Scoring Academy). Y tercero, que FIMUCITÉ ha creado marca, lo que es importante porque sin el apoyo del público el proyecto no podría haber salido adelante solamente con aficionados a la música de cine. La gente de Tenerife ya sabe que cada año hay un evento relacionado con las bandas sonoras y acude con la confianza de que lo van a pasar bien, aunque muchas veces no tengan ni idea de qué van a escuchar. Este sábado voy a eso de las películas es una frase que he escuchado más de una vez por la calle.
Este año las dificultades derivadas del coronavirus han determinado una programación basada en formaciones musicales reducidas y un plantel de invitados eminentemente nacional, dado que la incertidumbre acerca de las restricciones en los viajes hacían muy arriesgado apostar por compositores foráneos que, en el último momento, pudieran quedarse en tierra. Así que, de este modo, se celebraron dos conciertos dedicados a canciones de cine, que requieren ensembles menores: uno dedicado al jazz y el swing de la época del Cotton Club, con la voz de Esther Ovejero; y otro centrado en las canciones escuchadas en las películas de Scorsese, a cargo de la Pop Culture Band. También hubo una velada denominada Cinemass” a cargo del Coro Polifónico de la Universidad de La Laguna y, en cambio, no hubo el ya tradicional concierto a cargo de alumnado del Conservatorio Profesional de Música de Santa Cruz de Tenerife y del Conservatorio Superior de Música de Canarias, imagino que ante la imposibilidad de mantener en el escenario la distancia suficiente entre músicos. Algunos de estos conciertos llegaron a ser emitidos en directo a través del canal de Facebook del festival y, aunque no los pude ver, dejo constancia por escrito de que se celebraron, logrando así mantener la idea de un festival con varios eventos a lo largo de una semana.
LOS PREPARATIVOS
Dadas las circunstancias actuales, creo que dedicar las galas principales del festival a la serie La casa de papel fue una decisión inteligente. En unos momentos en los que parte del público prima su seguridad y es reticente a acudir a eventos en espacios cerrados, era necesario contar con un tema capaz de atraer espectadores, teniendo en cuenta la restricción de no poder contar con invitados foráneos. Y si hay un fenómeno audiovisual nacional -que, de hecho, se ha convertido en global- que sea de éxito incontestable, sin duda es la serie de Álex Pina. Sin duda, muchos espectadores de los dos conciertos dedicados a la serie, celebrados en el Auditorio Adán Martín de Tenerife los días 25 y 26 de septiembre, serían aficionados a la música para el audiovisual, pero seguramente otra gran proporción estaría formado por fans de la serie. He de confesar que no soy el público objetivo del concierto estelar de este año y sin duda eso mediatiza mi opinión. La casa de papel me parece un producto audiovisual con gran factura técnica, un reparto lleno de carisma y un ritmo endiablado que prima lograr la tensión y la diversión por encima de la verosimilitud. De hecho, como espectador de la serie, para mí ya resulta un motivo de interés ver qué otra burrada se sacarán de la manga sus guionistas para mantener ese frecuencia absurdamente holgada de varios clímax por episodio.
Sin embargo, su música no me llegó nunca a interesar del todo. No me malinterpreten: la labor que los compositores Manel Santisteban e Iván Martínez Lacámara es encomiable y, desde luego, intachable en su misión de situar al espectador en el estado emocional adecuado de cada escena. Pero, no sé si por influencia de los productores o por decisión propia, siempre me pareció una música demasiado anónima y ligeramente apegada a los esquemas impuestos por Hans Zimmer y sus seguidores (que ya sé que es lo que se lleva ahora y que al público en general le parece el novamás del nosequé). Es, en todo caso, muy funcional y efectiva en lo dramático, pero poco reconocible. Tampoco he entendido nunca su renuncia al uso de leitmotivs: que yo recuerde, no existe un tema para el profesor, otro para Tokio, e incluso no se aprovecha en la música incidental la melodía de la canción que abre cada capítulo, la melancólica My Life Is Going On. Sí hay determinados recursos compositivos y sonoridades que se repiten en determinadas situaciones, y acaso esos ostinatos y ese característico arpegio furioso de cuerdas que se escucha en los momentos más histéricos de la serie puedan identificarse como el sonido Casa de papel. Además, por la naturaleza de la serie, su música incidental está conformada casi en su totalidad por temas de acción y de tensión, dado que para otro tipo de situaciones emocionales la serie ha decidido utilizar canciones preexistentes de artistas que van desde Van Morrison a Vetusta Morla, pasado incluso por Franco Battiato. Y tampoco olvidemos que un himno partisano italiano, Bella Ciao se ha convertido en el tema de la serie de manera oficiosa. Ciertamente, al dúo Santisteban-Martínez Lacámara le ha tocado la parte más ingrata del metraje.
EL GOLPE
La gala comenzó con la entrega de los Premios Musimagen de la Asociación de Compositores de Música para Audiovisual, que en 2020 recayeron en Arturo Cardelús en la categoría a mejor partitura orquestal por Buñuel en el Laberinto de las Tortugas (19) Xavier Capellas a la mejor partitura electroacústica por El enigma Verdaguer (19) Iván Martínez Lacámara y Manel Santisteban como mejor música original para series por, justamente, La casa de Papel, 3ª temporada y, finalmente, Vicente Miras a la mejor música original para publicidad por Winter Solstice. La velada comezó con una suite que repasaba algunos de estos temas antes de dar paso al plato fuerte de la noche: Somos la resistencia: la casa de papel en concierto.
Proponer un programa en el que el 75% de la música que se va a escuchar es puramente de acción-tensión es, ciertamente, osado, así que tenía curiosidad por saber si, mediante la organización del material en suites, se podría lograr algo que no resultara fatigoso; en este sentido, cabe recordar que en FIMUCITÉ 4 (¡hace ya 10 años!) Bear McCreary logró armar un concierto muy resultón con su música para Battlestar Galactica. En esta ocasión, creo que se logró solo a medias. Desde un punto de vista técnico, la velada fue impecable: la música fue interpretada por una agrupación de reconocida solvencia, la Orquesta Sinfónica de Tenerife (si bien con muchos menos músicos de los habituales), acompañada por solistas de guitarra eléctrica, una sección de percusión aumentada y la utilización de sintetizadores y sonidos pregrabados. Coordinar todos esos elementos de una manera armónica no es nada sencillo y, en ese sentido, la ejecución fue intachable, a pesar de que se trataba de una música frenética en muchas ocasiones y ello suponía una dificultad extra para los músicos (¡que además debían interpretarla con mascarillas!). Por resumirlo, fue una gran interpretación de un repertorio que, por momentos, llegó a resultar algo excesivo. Pero, insisto, no por incapacidad de sus creadores sino porque esas piezas cumplen un cometido muy concreto dentro de una obra audiovisual y, sin el contexto, pierde gran parte de su sentido. Por poner un ejemplo, a mí me encanta la bada sonora de Total Recall (90) creo que es uno de los hitos de Jerry Goldsmith… pero francamente no sé si soportaría un concierto en el que la interpretaran completa. Es lo que tiene la música de acción (y también la de terror), que no suele resultar amable para una sala de conciertos.
Creo que si hay un concierto que hubiera merecido un tratamiento de live to picture (es decir, interpretando la música en sincronía con las secuencias proyectadas) es este. Quizá si viéramos las proezas y desventuras de la banda del Profesor a la vez que sonaba la enérgica música de Satisteban y Martínez Lacámara, hubiéramos apreciado mejor sus intenciones y su eficacia dramática. Es, además, algo que ya se hizo en el festival no hace tanto: en la gala de 2017 dedicada a adaptaciones de Stephen King se interpretó una pieza de Jeff Beal sumamente incidental para la serie Nightmares & Dreamscapes: From the Stories of Stephen King (06) de manera sincrónica con las escenas del episodio, de tal forma que el público pudo apreciar el valor dramático de una música que, desprovista de su apoyo visual, podría parecer hasta deslavazada. En el caso de La casa de papel, el apoyo audiovisual consistió en cortos clips de la serie que separaban cada suite, mientras que durante la interpretación la pantalla mostraba imágenes de los músicos. Sí hubo un momento de sincronía: el inicio de la velada, con la interpretación de la canción My Life is Going On en versión instrumental mientras en pantalla aparecían los créditos de la serie.
El concierto estuvo dividido en cuatro suites, cada una de las cuales agrupaba cuatro o cinco cortes de la serie. La primera, titulada Breakin’ In, fue la que más decididamente apostaba por la acción, con temas frenéticos y una percusión que, por mementos, llegaba a tener toques de música árabe. En algunos instantes sonó un coro pregrabado, recurso que sería utilizado en pasajes posteriores. El segundo movimiento se denominó All is Lost, lo que daba una pista de que aglutinaba los momentos más melancólicos y tristes de la serie, que en esta ocasión contaron con la presencia de uno de los compositores, Iván Martínez Lacámara, al piano. La tercera suite, The Heist fue probablemente la más variada y musicalmente satisfactoria para quien esto escribe… el problema es que llegaba en un momento en la que la saturación ante tanto crescendo había comenzado a hacer mella. Iniciaba este movimiento un tango (con bandoneón sampleado), algunos toques de guitarras funky y, en medio de tanto caos, un breve y delicioso momento en el cual el piano y el violoncello establecieron un delicado diálogo: un remanso de paz y sensibilidad entre tanto ruido y furia. El movimiento final, Resurgence, retomó la música de acción, aunque en un registro menos frenético que la primera suite.
Para finalizar la velada se hizo una muy agradable concesión al fandom de la serie con la presencia en el escenario de Pedro Alonso, actor que encarna al carismático psicópata Berlín, quien interpretó una versión jazzística de My Life is Going On con el otro compositor de la serie, Manel Santisteban, al piano. Y seguidamente, la misma canción volvió a sonar, esta vez en una versión ampliada y orquestada sinfónicamente con la presencia de su intérprete habitual, Cecilia Krull. He de decir que para mí esta versión pecó de un arreglo demasiado ampuloso, con la orquesta haciendo toda clase de florituras, sobre todo en la primera mitad, algo que no sé si encajaba bien con la naturaleza melancólica de la canción. Pero… ¿un concierto de La casa de papel sin Bella Ciao? ¡Claro que no! Ese fue, justamente, el colofón de la noche, con Pedro Alonso de nuevo poniendo su voz grave al servicio del himno partisano, al que pronto se sumaron el cantante Fran León y, de nuevo, Cecilia Krull, para interpretar una versión que arrancó los aplausos cómplices del público siguiendo el ritmo.
Cerró la gala un agradecido Diego Navarro, quien reclamó la condición de resistente del festival, anunció la vuelta de FIMUCITÉ en 2021 y agradeció la asistencia de los 400 espectadores que llenaron un auditorio cuyo aforo real es de más de 1.000. Pero en estos tiempos de pandemia las victorias, aunque pírricas, saben mejor.
Acaimo González Sarmiento