Georges Delerue es un referente en la Historia del cine en general y uno de los compositores más amados, respetados y referenciados. Su nombre es sinónimo de elegancia y calidad, de refinamiento y belleza, y varias de sus obras están en el Olimpo de las mejores. ¿Fue un compositor que hizo música para películas o también un cineasta que hizo cine con su música? Leyendo con detalle el formidable libro Georges Delerue. De la Nouvelle Vague a Hollywood (Rosetta, 2019) no hay evidencias que tomase parte activa en la construcción dramática y narrativa de las películas, como cineastas de la talla de Steiner, Alfred Newman, Herrmann, Goldsmith, Morricone o Zimmer. Pero fueron varios los directores que supieron convertir su música en cine, como sucedió con Nino Rota, compositor también grande, que nunca llegó a ser ni a sentirse cineasta.
Este libro, que firma Juan Ignacio Valenzuela, ofrece una radiografía por orden cronológico de la vida y obra de Delerue y lo hace de modo exhaustivo, riguroso, ameno, con mucha pasión pero afortunadamente poca implicación emocional pues lo que prima es la información muy por encima de la propia opinión. Esto, junto con la buena redacción, cercana y amena, y la estupenda estructura del libro, posibilita profundizar y aprender del legado del compositor: no hay mayor éxito que el inocular las ganas de ver o revisar la película comentada para encontrar lo leído y, en su caso, desarrollarlo. Valenzuela lo cumplimenta casi con excelencia y por la profusa y enorme tarea que se adivina ha sido titánica, de mucho tiempo y más desvelos, no puedo sino aseverar que este libro es un referente fundamental que debería figurar en la estantería no solo de todo aficionado a la música de cine que se precie sino también de los cinéfilos.
A grosso modo, en el estudio sobre un compositor de cine hay cuatro vertientes posibles que desarrollar: la biográfica (la vida personal) la histórica (el contexto, el cine del momento, los directores, los requerimientos, las anécdotas...) la musical y finalmente la cinematográfica (el resultado, la película que se logra gracias a la participación del compositor) De estas cuatro Valenzuela resuelve las dos primeras con mucho más que excelencia y es fantástico tanto en el relato como en el dato: por citar dos anécdotas, la maravillosa recomendación de Fred Zinnemann (Delerue, nunca trabajes en Estados Unidos, estarías muy triste, quédate aquí, es mejor para ti, que bien le podían haber dicho a Doyle y a tantos!) o la divertida confesión de Truffaut para contar con la música del fallecido Maurice Jaubert y no con Delerue en algunas películas (Intento engañarte, pero como es con Maurice Jaubert no se trata exactamente de adulterio, sino más bien de necrofilia...)
No es un libro de musicología y por tanto no se habla de cuestiones musicales, algo que no creo perjudicial para un libro que ya ocupa 300 páginas: la música de Delerue es perfectamente accesible para cualquier interesado. En lo que respecta a la parte cinematográfica -la más importante de todas, pues es la que da sentido a la labor de quien trabaja en el cine- Valenzuela se muestra competente, a ratos extraordinariamente interesante y en otros insuficiente, pero mucho más que solvente en términos generales. Es exhaustivo en cada una de las obras que comenta y aparentemente demuestra haber visto algunas más de una vez, o en su caso haber obtenido la máxima información posible. Resulta extraño, por citar una paradoja, que le dedique mucho espacio a títulos menores en la filmografía de Delerue (menores también en los aspectos cinematográficos) y en cambio demasiado poco a algunos títulos fundamentales, o incluso que ningunee con dos míseras líneas a un filme de la talla de True Confessions (81), una de las mejores películas de su año y de esa etapa del compositor. Pero a pesar de eso no es un libro desequilibrado, en absoluto, y aunque filmes como Our Mother's House (67) o Les deux anglaises et le Continent (71) merecían más detenimiento, lo que se expone de ellos es, aunque ampliable, suficiente pues nada importante se deja en el tintero.
A la vez que celebro este libro y aplaudo a su autor, discrepo con él -porque de generar debate se trata- en lo que se refiere a su manera de entender el cine de Delerue con Truffaut, pues yo no creo que Truffaut quisiera música para explicar a sus personajes sino más bien para hablar sobre ellos, que no es lo mismo: a mi entender no es música interior, surgida de ellos, sino exterior, aplicada a ellos. Cuenta Valenzuela una maravillosa anécdota relacionada con Jules et Jim (61) y es que Truffaut, que había grabado la voz en off sin pensar en la música, volvió a grabarla al ver que ambas -voz en off y música- no maridaban. Esto encaja perfectamente con la idea que siempre he tenido que, para Truffaut, la música fue su segunda voz en off, su mirada como creador -en todas sus acepciones- a sus personajes. De hecho, no hay sincronía real entre música y personajes y sí con la voz en off y también con el ojo observador de la cámara. Lo expuse en este vídeo de la serie Lecciones de Música de Cine y lo expongo aquí como elemento de debate, para ser desarrollado más minuciosamente en otro artículo. Truffaut sería más ortodoxo en sus últimas dos películas, donde la música sí formaría parte orgánica de la narración. Y, por cierto, Valenzuela comete un error demasiado habitual, el de darle un nombre falso a un tema musical, lo que provoca confusión: obtenido del CD, que solo es un CD, llama Vacances a lo que es el tema que comparten los tres protagonistas de Jules et Jim, tema musical con el que Truffaut les une y con el que les explica... y que nada tiene que ver con las vacaciones. El autor, de todos modos, explica adecuadamente el ADN de ese tema, pero es importante no pensar tanto en el título de un track como en su significación cinematográfica. El propio Morricone comete ese mismo error refiriéndose, en The Mission (86), al tema de las cascadas cuando se trata de una música que aunque aparezca con el salto de agua tiene una dimensión dramática y narrativa muy superior, que nada tiene que ver con la cascada, tal y como desarrollé en mi décimo artículo dedicado al fenomenal libro de Alessandro De Rosa con conversaciones con el genio romano.
Son asuntos quizás menores, pero son detalles que pueden confundir el entendimiento de lo que es y para lo que es una música. Valenzuela, insisto, sale airoso porque es claro y constatable que sabe de lo que está hablando, pero no es menos cierto que tambíen entra en otros terrenos algo más fangosos donde un error de planteamiento inicial le lleva a no ver tan claramente el trasfondo de algunas de las creaciones del compositor francés.
(ir a la segunda parte aquí)