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El hecho de que buena parte de los compositores que trabajaban en Estados Unidos fueran europeos implicó que sus músicas tenían esas raíces. Una excepción fue Aaron Copland, considerado el padre de la música norteamericana y quien, en su breve carrera cinematográfica, aportó un color diferente al imperante, en Of Mice and Men (39), Our Town (40) y, más adelante, The Red Pony (49), sacando provecho del folk y sirviendo de clara influencia a posteriores compositores como Elmer Bernstein o Jerome Moross, entre otros. Fue un compositor respetado, como también Victor Young, apreciado por su elegancia melódica y su ingente producción. En plantilla de la Paramount desde 1935, durante 20 años llegó a ser compositor, conductor o arreglista en más de 350 títulos (en un solo año, 1942, compuso 13 bandas sonoras originales). A ese exceso de ocupación en el estudio, se le unieron sus colaboraciones con la Republic y la Columbia, lo que seguramente precipitó su muerte en 1956. En los cuarenta comenzó su larga colaboración con Cecil B. DeMille en filmes como North West Mounted Police (40) y el grueso de su obra en común se desarrollaría en la década siguiente. En la presente sobresalió por dos composiciones emblemáticas: For Whom the Bell Tolls (43) y Love Letters (45).
Mención especial merece Carl Stalling, quien había comenzado como pianista del cine mudo hasta que conoció a Walt Disney, quien le encargó la composición para algunos cortos de Mickey Mouse, revolucionando el sistema de creación por la precisa sincronización de la música con el movimiento de los personajes, dinamizando la acción. El método Stalling, conocido como mickey-mousing por haber sido aplicado en aquellos cortos, acabaría por ser un referente seguido y nunca superado. En 1936 firmó con la Warner, permaneciendo en el estudio durante 22 años y firmando centenares de partituras para cortos de Bugs Bunny y muchos otros.