Salvo en una película muda o sin diálogos, la música ha de convivir con ellos. Puede reforzarlos o darles apoyo, pero se corre el peligro que pueda llegar a entorpecer su fluidez, distraer la atención o resultar redundante. Del equilibrio entre música y diálogos depende la solvencia de una secuencia. Pero frente a las palabras la música siempre tomará una posición de retaguardia, porque los diálogos son, en principio, más importantes.
Los diálogos no necesitan música para ser comprensibles, ya que en principio se explican por sí mismos. Sin embargo, la aplicación de música puede dotarlos de una dimensión más amplia: el supuesto de que la música vigorice o fortalezca lo narrado, es decir, que ante palabras de amor la melodía establezca un entorno ambiental y emocional romántico, o que en una situación tensa, con diálogos tensos, produzca una mayor impresión de intranquilidad. Con música puede extenderse un sentimiento expresado con palabras y prolongarlo en el metraje sin necesidad de recurrir de nuevo a los diálogos: es decir, si una música es aplicada en una escena en la que los personajes revelan un sentimiento determinado, basta con reiterar o transformar esa música en otra escena para que, en cierta manera, las palabras se repitan, pues la música ha tenido una referencia concreta y emocional que luego vincula al espectador con la escena previa en la que ha aparecido por vez primera. En cierta manera, el hecho de acoplar música con diálogos la hace aún más expresiva, pero también los diálogos se vuelven más expresivos.
La compatibilidad de música y palabras se produce en un plano de igualdad sonora en el caso de las canciones, la diégesis y en el género musical, pero en las secuencias dialogadas prima el entendimiento de las palabras y por ello la música suele tomar una posición de supeditación, aunque si los actores dejan de hablar puede subir su nivel sonoro sin ocasionar problemas. Veamos tres supuestos:
En cierta manera, hace las veces de almohadilla donde los diálogos pueden fluir y ser escuchados. Resulta ventajoso porque puede llegar a hacerlos más asequibles. Por eso es frecuente que muchas secuencias de diálogos se acompañen con fondo musical, puesto al único servicio de hacer más digeribles las palabras. No importa que sea incidental o diegética, pero en las escenas estáticas de diálogos (con personajes charlando sentados en una mesa) la música suele ser diegética porque no necesita justificación alguna, en tanto que con la incidental corre el riesgo de que el espectador se pregunte de dónde viene la música que acompaña los diálogos en un lugar inamovible y concreto. No sucede así en las escenas no estáticas (personajes hablando mientras caminan o se mueven), porque participan también el cambio de escenarios o el movimiento de los actores, lo que hace que sea más dinámico y la música pueda se integre como un elemento más deel conjunto.
Es un método recurrido que da mayor importancia a la música y la hace más protagónica que en el primer supuesto, donde acompañaba la escena y sus diálogos. En este caso se alterna la utilidad funcional (música para sostener palabras) y la dramática. Obviamente, no consiste en el mero acto técnico de subir y bajar el volumen de la música, sino que el compositor ha de moldear su creación para ajustarla a los dos niveles sonoros y que todo fluya de modo coherente y estético. Esto es algo que no podría hacerse con música diegética, ya que no tendría sentido ni justificación alguna.
Es el recurso inevitable cuando se aplica música diegética pero también resulta válido con la incidental si no se desea dar énfasis dramático a la música, por las razones que sea.
Cuando se vincula a los diálogos, la música puede hacer bastante más que pautarlos o acompañarlos, y dotarles de una dimensión más amplia o incluso diferente a la expresada en las palabras. Del mismo modo que, ante una declaración de amor, una melodía romántica enfatiza lo verbalizado, la música puede otorgar una perspectiva distinta: si ante esa declaración de amor lo que suena es triste, el sentido de las palabras cambia por completo. La música, entonces, se habrá vinculado a los diálogos no sólo para acompañarlos, sino para darles su dimensión exacta ante el espectador, en lo que puede llegar a ser un ejercicio de rigurosa precisión en el que palabras y música se necesitan mutuamente para lograr que el espectador comprenda la dimensión real de las emociones que expresan los personajes. Por supuesto, puede emplearse para delatar a un personaje que está mintiendo: alguien diciendo palabras dulces a otro y acompañado por una música tenebrosa o, al contrario, diciendo trivialidades pero sonando música romántica: está enamorado, pero no se atreve a decirlo. La música siempre gana.