El uso de canciones en el cine responde usualmente a criterios comerciales, pero también responde a pretensiones ambientales, dramáticas e incluso –aunque la menor de las veces– narrativas. Excluimos, claro, las canciones en películas que son del género musical, cine que se alimenta de ellas y cuya presencia, por orgánica, nunca puede ser cuestionada (pueden, eso sí, ser criticadas si son de dudosa calidad) Entre las bandas sonoras de filmes que, no perteneciendo al género del cine musical, se conforman de canciones de aplicación incidental, las hay exquisitas, empleadas adecuadamente y con resultados notables. En algunos casos son preexistentes, en otros originales o una combinación de ambas. Tom Waits, por ejemplo, fue el autor de una magnífica banda sonora de canciones originales para One from the Heart (82), muy bien integradas en el contexto argumental y ambiental. En Pulp Fiction (94), las canciones preexistentes también están perfectamente integradas. Asimismo, hay filmes donde existen canciones y también música original: las primeras ocupándose de lo ambiental y la música instrumental de lo dramático y narrativo, como por ejemplo sucede en Forrest Gump (94) Es una división de responsabilidades en la película bastante recurrida cuando se produce este doble uso.
Lamentablemente, el uso de canciones se ha convertido, desde hace ya mucho tiempo, en un gran abuso pues ocupan espacios que no les corresponden ni narrativa ni dramáticamente y, lo que es peor, se lo roban a la música original. Son operaciones por lo general comerciales para vender la banda sonora o promocionales para publicitar la propia película. Dañan cosiderablemente el trabajo narrativo del compositor y sólo sirven para permutar intenciones artisticas por las comerciales. Lo comprobamos en el casi sistemático robo que se hace en los créditos finales de las películas donde en lugar del tema final que debería concluir el devenir dramático y narrativo del guion musical, se inserta una canción (o varias) que nada tiene que ver, ni siquiera estéticamente, con lo escuchado a lo largo de la película.
Muy distinto es el caso de las canciones que sí se integran en el guion musical y forman parte inseparable de su discurso narrativo. Una canción llega de un modo más directo y evidente que un tema instrumental, puesto que el espectador siempre será consciente de su presencia y podrá retener más fácilmente su melodía, lo que servirá como conclusión de un recorrido melódico o será un magnífico punto de partida para sus sucesivas aplicaciones instrumentales, especialmente si va a funcionar como tema central o principal. Dimitri Tiomkin lo hizo fantásticamente bien con su canción Do Not Forsake Me Oh My Darling, con la que abría y cerraba High Noon (52) una balada que sirvió para evidenciar los tormentos internos del protagonista, tal y como fue mostrado en el capítulo que le dedicamos en Lecciones de Música de Cine. Por su parte, en filmes como Breakfast at Tiffany’s (61) Days of Wine and Roses (62) o Two For the Road (67), sus temas principales -de Henry Mancini- eran presentados en la forma de canción y luego desarrollados instrumentalmente. Algo parecido también hicieron Michel Legrand, Marvin Hamlisch y tantos otros que supieron integrar sus canciones en la esencia de sus músicas. Naturalmente, su uso único y no derivado de versión instrumental ni derivante puede ser de enorme utilidad. Mucho del personaje dice la canción homónima de Tootsie (82), o de contundente declaración es la que escribió Morricone para denunciar la ejecución de Sacco e Vanzetti (70) Y son muy numerosos ejemplos similares como para considerar a la canción como un elemento de máxima importancia y utilidad para expresar cosas.
El primer plano que ocupa una canción ayuda, por ejemplo, a narrar a través de su letra (y llevar textos del guion literario al musical) aspectos importantes de la película y sus personajes. Se hizo notablemente bien en Magnolia (99) a través de la canción Save Me, y en este punto y aspecto es fundamental leer lo que explica la letrista/cineasta Marilyn Bergman en Canciones para narrar, pues es una lección de cine.
Las canciones, como es obvio, pueden conformar parte de la estructura musical de una banda sonora y asumir los elementos y características de la música (ser originales o preexistentes, de uso incidental o diegético, integradas, empáticas, ser tema principal o centrales, etc.) No necesariamente son un obstáculo al discurso musical pero no deberían tampoco ser utilizadas en contra del mismo.