Hace dos semanas concluyó el Festival de Música de Cine de Cracovia, al que solo pude asistir un par de días. Por esta razón en MundoBSO no haremos crónica y os remitimos a la que hagan en nuestra web amiga SoundTrackFest, que sí estuvo todos los días. Fue, de todos modos, una edición con mucho menor interés que otras. En cualquier caso, sí constaté lo que es demasiado usual en los festivales de música de cine, y es que hay mucha celebración de la música pero poca del cine que hay en ella.
Dentro de la programación hubo una actividad a la que no asistí pero que igualmente quiero comentar. Con el título The Art of Inspiration, proponía la experiencia de ser testigo de la creación pictórica a partir de la interpretación musical, todo en directo. Contó con la participación de Sara Andon (flauta) Tina Guo (violoncelo) Austin Wintory (piano) y de la pintora costaricense Angela Bermúdez, quien ya ha protagonizado este espectáculo en varias ocasiones anteriores, algunas de ellas con Wintory o con Guo. Es un espectáculo (y negocio) curioso y hasta simpático, pero no trascendente: poco se muestra y menos demuestra viendo a alguien pintar un cuadro al son de la música. Es claro que la que la idea no es pintar la música sino pintar inspirándose en la música, pero es factible plantearse si da igual lo que se pinte, pues todo puede hacerse pasar como fruto de esa inspiración.
Más allá de lo que puede ser un show con cierta impostura (o no), lo que surga de ahí no va a entenderse a posteriori desde la música: cuando ese cuadro sea expuesto no necesitará de la música para explicarse y para ser apreciado por el público, pues tiene vida propia y es una entidad única. No habrá música en la pintura, ni rastro de ella. Y aunque la haya habido en su creación, nada queda en su resultado. Incluso si la música es reproducida junto al cuadro en la exhibición, ¿qué pincelada concuerda con qué acorde? Y es que todo puede hacerse al ritmo y al amparo de la música: también es posible coreografiar en directo un show erótico, moldear barro y, si el espectador tiene paciencia y los músicos aguante, ¡hasta acompañar la construcción de una Catedral, si se me permite la broma!. Sin embargo en la unión entre la música y el cine, incluso en directo, se produce un resultado irrepetible que si luego se desliga ya no se entiende: a diferencia del cuadro, la película no podrá ser exhibida si no es con la música, porque en la unión la música se ha hecho a sí misma parte de la película. La música transforma el sentido y el significado de la imagen en movimiento. Con otras músicas se tendrían otros resultados, seguramente todos buenos, pero diferentes, únicos, individuales. El apabullante poder de la música es el que le permite determinar cómo ha de verse y significarse la escena con la que se marida.
Sería fantástico, y este es el verdadero sentido de este artículo, que los festivales de música de cine no consistieran solo en celebrar mucho la música pero luego demasiado poco el cine que hay en ella, porque cuando se obvia su ADN se hace flaco favor a la música de cine. ¿Por qué acoger espectáculos como el de la pintora pero no demostraciones de cómo pueden interactuar música en directo y proyección cinematográfica? ¿Por qué no hacer de estos eventos didáctica empírica del valor máximo de la música cinematográfica? Es un tema que aquí planteo pero que no concluyo, pues hay mucho de lo que hablar, como por ejemplo sobre los contenidos ya cansinos de las charlas y tertulias, pero es algo que iré desgranando en próximos artículos.
Hablando en Cracovia con un profesional me decía que para él la música de cine es un personaje más de la película. No tienen ni idea de lo que es la música de cine. No saben lo que es. Ciertamente con la ausencia de este tipo de enfoque en los festivales cala la idea que el compositor es un pintor que se dedica a dar colorines y emociones al filme. Y acaba siendo algo asumido no ya solo por directores sino que se observa entre los propios compositores. Terrible.