Carles Robert es músico, compositor, profesor de Conservatorio y un gran amante de la música de cine. Amigo desde hace mucho de MundoBSO ha publicado unas reflexiones en su cuenta personal de Facebook que, por su alto interés, hemos querido traer al Ágora para su archivo, y para que pueda ser consultada y no se pierda con el paso del tiempo. Son varios artículos que versan sobre una misma pregunta:
¿POR QUÉ LA MÚSICA DE CINE NO GOZA DE LA CATEGORÍA ARTÍSTICA DE OTRAS MÚSICAS DE GÉNERO DRAMÁTICO?
LOS "INTÉRPRETES"
Por Carles Robert
A raíz de algunos hechos acontecidos en estos últimos días he decidido publicar una serie de reflexiones en varios artículos, los primeros coyunturales y los restantes generales, sobre la consideración de la música cinematográfica entre los propios músicos en particular y entre los artistas y el colectivo cultural en general.
La música cinematográfica nunca ha alcanzado el prestigio ni el reconocimiento generalizado artístico en comparación con otros géneros musicales dramáticos, como la ópera, el oratorio o, incluso, la música incidental que Purcell escribió para teatro, por ejemplo. Pero no me extraña. Dejando aparte vacuas discusiones estéticas sobre la importancia que la propia música cobra en el género en cuestión, buena parte de la causa proviene de los propios profesionales que no se toman en serio a sí mismos, de la autocomplacencia de los periodistas y de la condescendencia de los aficionados. Esta suma de factores lleva hacia un adormecimiento del espíritu critico que, al final, deriva en una sociedad -o gremio en este caso- donde acabará imperando la mediocridad, si no se pone remedio.
Hace pocos días, una compositora actuó en el programa televisivo Días de cine tocando una banda sonora que ella misma había compuesto. A la luz de sus trabajos puede decirse que es una buena cineasta, sin embargo, como intérprete erró repetidas veces la ejecución de su propia música (una pieza sencilla técnicamente, dicho sea de paso). Así que uno se pregunta: ¿se lo tomó en serio?, ¿se preparó suficiente?, ¿era consciente de sus limitaciones, ya sean técnicas o de actitud frente al público, etc.?, ¿tal vez no se encontraba bien? Entroncando con ello, ¿se imaginan a John Williams cuando tocó el piano en la gala AFI de Spielberg que hiciera semejante interpretación?, ¿o en los JJOO de Los Ángeles, algo así como Señores, perdón, me he quedado en blanco?, ¿se imaginan a Paul McCartney en un concierto, en plan Hoy, no me acuerdo de Yesterday, pero la chapurreo un poco hasta llegar al final (total, me aplaudiréis igual)"?. Y, naturalmente, huelga decir que en el ámbito clásico esto resultaría inconcebible: muchos pianistas, directores, cantantes, han anulado sus conciertos si preveían que no iban a estar al máximo en su actuación (Kleiber, Gould, Michelangeli...) y, evidentemente, nunca han propuesto un programa que no dominaran, por respeto al acto, al público y a si mismos. Claro que, ello requiere de un alto grado de honestidad que, al parecer, ha sido inexistente en este caso: a la mañana siguiente, lejos de emitir una disculpa, reconocer la mala praxis, o de expresar un mínimo de autocrítica, los posts en las redes iban en la linea de la ligereza, del quitar hierro, del desenfado e incluso de la normalización de la anécdota, tanto por parte de ella misma como del programa y los aficionados (solo la web MundoBSO se atrevió a exponer de forma diáfana el despropósito).
Deduzco pues que, o nadie se toma en serio la música de cine o existe una ignorancia e inconsciencia sobre el tema, unido a una preocupante falta de humildad. Que ocurra esto debería ser extraño. Y, no obstante, no es un caso aislado en música de cine: actuaciones de compositores que se ponen al frente de una orquesta para dirigir su música que jamás han estudiado dirección o han dirigido otras orquestas, son otros casos igualmente censurables. El resultado, en muchos casos, pasa por una desvirtuación máxima de la creación, del contexto para la cuál fue concebida, de músicos de orquesta mirándose de soslayo y esbozando una media sonrisa, dándose cuenta del ridículo al que se están viendo sometidos. Dirigir una orquesta no es mover los brazos al son del compás. Ni Silvestri, ni Desplat, ni Goldsmith, ni Schifrin, ni Giacchino son auténticos directores, y se nota en los conciertos que realizaron. Hasta un director experimentado como Williams -que ha dirigido otras músicas de cine u obras clásicas americanas de Gershwin, Copland, Bernstein, etc,- con diversas orquesras estadounidenses, no pudo sacar el máximo jugo a la Wiener Philarmoniker, denotando detalles poco cuidados, entradas fuera de tiempo en los tutti (los músicos no iban a una) e inseguridades en el gesto. Una vez más, algo que resultaría inconcebible en el campo de la clásica. ¿No sería mucho más honesto ceder el sitio a un director experimentado?, ¿no tendría más sentido que un pianista profesional tocara la o las obras y, al terminar, el compositor saliera a saludar?, ¿juegan aquí un papel determinante los egos de los compositores o las operaciones comerciales?
El summum se materializa en aquellos conciertos donde los músicos se disfrazan, se reparten espadas de luz entre el público, se comen palomitas y se habla durante la proyección o el concierto...en fin... Mientras no exista una conciencia generalizada entre compositores, intérpretes, críticos, periodistas, musicólogos, aficionados y cineastas de toda índole sobre la importancia artística de la música cinematográfica, y el respeto y actitud que ello conlleva, seguiremos asistiendo a espectáculos circenses semejantes. Luego no nos quejemos si nos llaman titiriteros, pinta-papeles, músicos de segunda, etc, porque llevarán parte de razón.
Cierto es que algunas representaciones de ópera en el Siglo XVII eran similares, actos sociales anodinos en los que nadie escuchaba la música, salvo en un par de arias. Tal vez tengamos que esperar un siglo o dos hasta que nos demos cuenta de la maravilla, sutileza, rigor, análisis y, en definitiva, del arte y la belleza que encierran algunas partituras de música cinematográfica de nuestro áspero pasado Siglo XX.
Segunda parte: Orquestadores y compositores