Capítulo anterior: Los setenta (VIII): Barry y Delerue, melancolía y joie de vivre.
No solo Morricone, Rota o Delerue lograron atravesar las fronteras de sus países. Maurice Jarre ya estaba definitivamente instalado en el mercado internacional. Aparte de sus trabajos con David Lean, fue reclamado por Paul Newman para poner música intimista y dramática a The Effect of Gamma Rays on Man-in-the Mood Marigolds (72). En este período colaboró también con Luis G. Berlanga en Tamaño natural (73) y en dos filmes de John Huston: The Life and Times of Judge Roy Bean (72) y The Man Who Would Be King (75), siendo en este último especialmente épico, en una elaborada creación en la que enfrentó musicalmente los dos mundos opuestos narrados en la película. Más enfático fue aún en The Message (77), filme sobre la vida del padre de la religión musulmana, con una banda sonora épica y sinfónica en la que aprovechó influencias arábigas para la consecución de un retrato musical amplio y solemne. Jarre cerró los setenta con uno de los mejores títulos del cine alemán, Die Blechtrommel, (79), para la que creó una banda sonora marcial y dramática.
También francés, Philippe Sarde no se movió de su país, pero la enorme cantidad de trabajo que abordó le convirtió en uno de los más prolíficos del cine europeo en general, y su obra sería reconocida en todas partes. Debutó con Claude Sautet en Les choses de la vie (69), melodrama con música romántica y dramática, y siguió trabajando con Sautet en Una histoire simple (78), entre otras, con similar elegancia. Fue sobrio en La grande bouffe (73), con música de aplicación diegética, y jocoso en Touche pas à la femme blanche (74) y Ciao maschio (77), las tres de Marco Ferreri, pero sobresalió por sus colaboraciones con Bertrand Tavernier y con Roman Polanski, cuando este se instaló a vivir en Francia. Con Tavernier escribió trabajos caracterizados por su ironía y la mirada algo pesimista en su música, como en L’horloger de Saint-Paul (73) y especialmente Le juge et l’assassin (75); con Polanski hizo una partitura deliberadamente grotesca para Le locataire (75) y, en un sentido distinto, fue arrollador en Tess (79), película en la que trabajó alrededor de tres grandes ejes: música bucólica para las campiñas, música romántica para la inocencia y el candor de la protagonista y finalmente música de gran dramatismo para exponer el calvario de su sufrimiento. El tema principal fue, eso sí, una adaptación del que escribiera para Les choses de la vie.
De origen húngaro, Vladimir Cosma se destacó en el cine francés en las comedias más exitosas, a las que aportó elegancia, fino sentido de humor y ocasionalmente un cierto aire nostálgico. Fue muy prolífico, y entre sus creaciones más relevantes del período figuran Les aventures de Rabbi Jacob (73) Un éléphant ça trompe énormément (76) –una de sus obras más notables-, o Nous irons tous au paradis (77). Claude Bolling, por su parte, se caracterizó por su eclecticismo, aunque tuvo especial preferencia por la música jazz, que aplicó en la exitosa Borsalino (70) en Flic Story (75) y junto a música religiosa y coros en Doucement les basses (71).