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John Barry continuaría su periplo por algunos filmes de la serie de James Bond, especialmente Diamonds Are Forever (71) The Man with the Golden Gun (74) y Moonraker (79). Siguió también escribiendo para filmes históricos en la estela emprendida pocos años antes con The Lion in Winter (68). La primera en esta década fue The Last Valley (70), ambientada en la Guerra de los Treinta Años. Por desgracia, el estrepitoso fracaso del filme le restó posibilidades de reconocimiento, pero tendría una nueva oportunidad con Mary, Queen of Scots (71), con Glenda Jackson en el papel de la futura reina Isabel I de Inglaterra y Vanessa Redgrave como su rival María Estuardo. Cerró su periplo histórico con Robin and Marian (76), filme romántico con la historia de amor entre Robin Hood y su amada doncella Marian, cuando ambos ya están entrados en años. Barry repitió algunas constantes aplicadas en los anteriores títulos y trabajó mayoritariamente con música contemporánea, recurrió a una canción y a una melodía romántica bella pero muy afligida, como presagio de un amor que tocaba a su fin. Este tema resultó ser uno de sus mejores logros y una nueva evidencia del carácter melancólico y triste de su música romántica, como también se reflejó en Hanover Street (79), uno de los máximos exponentes del cine romántico en esta época, con melodías agraciadas pero en el fondo dolidas.
La música romántica de Georges Delerue era igualmente hermosa pero desde luego no tan apesadumbrada, como se evidenció en Promise at Dawn (70), donde reflejó a partes iguales lo más bucólico y lo más carnal de este melodrama. O también en A Little Romance (79), con temas de clara evocación vivaldiana que le sirvieron para dotar a la película de encanto y sentido jovial y feliz, una joie de vivre que aplicaría en muchas de sus obras del cine romántico. En los setenta, volvió a trabajar junto a François Truffaut, tras el periplo de este con Bernard Herrmann y Antoine Duhamel. Con Les deux anglaises et le Continent (71) el director retomó las relaciones triangulares, como ya había hecho en Jules et Jim (61) y en La peau douce (64) Su trágico relato de amor no podía contar con otro compositor que no fuera Delerue y Truffaut le reservó además un pequeño papel en la película: Delerue interpreta al notario que se hace cargo de gestionar la herencia de la madre de Claude.
Luego vino Une belle fille comme moi (72), comedia negra en la que, para los créditos iniciales, escribió un animado tema con mandolina que también sirvió para cerrar la película, remarcando el sentido del humor que preside toda la historia. En La nuit américaine (73) Truffaut rindió homenaje a la creación cinematográfica, interpretando él mismo a un realizador que intenta por todos los medios superar las dificultades que surgen en un rodaje. La película ofrecía toda una fauna de diversos personajes, destacando Valentina Cortese en el papel de la actriz que es incapaz de memorizar sus diálogos. Como en Une belle fille comme moi, hubo poca música, pero lo escrito por Delerue se convirtió en su pieza más conocida: una grand choral, vital y optimista, que presidía toda la escena de recapitulación, así como en los fragmentos del rodaje de la primera secuencia con los extras. Una vez más Delerue hizo acto de presencia en el filme, aunque solo mediante su voz: Truffaut recibe su llamada teléfonica, para que escuche la grabación de ese tema y el director se muestra muy satisfecho. En sus cuatro siguientes proyectos, Truffaut prescindió de él y optó por emplear música preexistente del fallecido Maurice Jaubert: L’histoire d’Adèle H. (75) L’argent de poche (75) L’homme qui aimait les femmes (76) y La chambre verte (77). Como sucedió entre Rota y Fellini, Delerue siguió vinculado al director probablemente por una cuestión de afecto personal y no por beneficios artísticos, ya que estuvo poco aprovechado. Prueba de ello fue el primer título que hicieron tras la etapa Jaubert: L’amour en fuite (78), despedida definitiva del personaje de Antoine Doinel. La película solo tuvo ocho minutos de música original. Los créditos, además, lo conformaron una canción pop, L’amour en fuite, y el poco espacio para la música de Delerue fue un tema melancólico, versionado con flauta y con cuerdas. En los ochenta, ambos cerrarían su colaboración con tres películas más.
Bernardo Bertolucci había sacacado buen provecho del compositor galo en el filme Il conformista (70), donde Delerue escribió temas ambientales de la época –la Italia fascista-, dotándoles de un cariz decadente muy expresivo y con un tema principal dedicado al protagonista con el que reforzaba su soledad y tristeza de manera elegante y bella. Otras eminentes creaciones durante este período fueron The Day of the Dolphin (73) y Julia (77), drama sobre el despertar a la realidad política de la escritora Lillian Hellman ante la persecución nazi durante los años treinta. Fue su trabajo más aplaudido hasta la fecha para el cine norteamericano y Estados Unidos le abrió las puertas