Desde la web MasterClass, el compositor Danny Elfman ha participado en un curso (Danny Elfman Teaches Music for Film) en el que se ha propuesto enseñar la creación de música para cine con 21 vídeos. Naturalmente, no podemos (ni pretendemos) compartir públicamente un contenido que es privado y de pago, pero sí queremos explicarlo. Tal y como en su momento hicimos con el curso de Hans Zimmer, y más recientemente con la charla de John Powell, lo vamos a hacer por capítulos, resumiendo lo que en ellos se cuenta y, si procede, añadiendo nuestro punto de vista, y abriendo debate con ello.
Vamos a hacerlo correlativamente. Es probable que los 21 vídeos tengan continuidad entre sí, y no sean capítulos independientes, pero es algo que aún no sabemos: empezamos de cero e iremos publicando nuestras impresiones según los veamos. Aparentemente en los vídeos solo aparece el compositor hablando, sin apoyo de ejemplos audiovisuales. Es probable que eso sea un hándicap, pero intentaremos complementarlo con enlaces, si los hubiera. Nos vamos a limitar a comentar las cuestiones cinematográficas, las del lenguaje narrativo, y dejaremos de lado salvo en lo imprescindible la terminología musical pues sería farragoso resumirlo y no creemos que podamos aportar mucho. Empezamos pues. Esperamos sea de vuestro interés!
1.- Introducción (Introduction) Duración: 1:57
No planeo nada. No hay un modo bueno, ni hay un modo malo de aproximarse a una composición. Todo lo que hay son diferentes puntos de vista.
Este breve vídeo es una mera presentación formal, en la que Elman muestra la que es aparentemente su casa o su estudio: un espacio con aires escénicos, juguetes, cortinas teatrales, un retrato de Salvador Dalí... Elfman explica que intentará mostrar cómo conseguir y asumir un proyecto, como trabajar contracorriente, cómo saber si se tienen buenas o malas ideas. Dice que hablará de instrumentación, orquestación, melodía y de lo que él llama la música desde el caos.
2.- Comienzos (Beginnings) Duración: 15:16
Explica que nació en Los Angeles, California, y que vivió en un área llamada Baldwin Hills, cerca de una sala de cine, Baldwin Hills Movie Theater, que era mi templo, allí es donde yo crecí. Cuenta que siendo niño iba todos los fines de semana en una época maravillosa para ser niños, los sesenta: queríamos extraterrestres, queríamos monstruos, queríamos mutaciones, queríamos vampiros. Era lo que queríamos.
Comenta que su contacto con la música fue algo accidental: de niño y adolescente su mundo era la Ciencia y, de hecho, quería ser radiobiólogo. Pero cuando tuvo que cambiar de escuela y conoció a nuevos amigos, casi todos ellos estaban en el mundo del arte y la música jazz. Uno de ellos le dio a conocer La consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky, y cambió mi vida. Se obsesionó con compositores rusos, pasando a Prokofiev, que me llegó al alma (...) y sentí que era mi música.
Con 18 años -sigue explicando- no había tocado ningún instrumento. Planeaba un viaje alrededor del mundo junto con su amigo Leon Schneiderman (quien sería el saxofonista de Oingo Boingo) y pensó en llevar un violín para aprenderlo a tocar durante el viaje: la razón por la que escogí el violín fue por el violinista de jazz Stephane Grappelli, me dije que quería intentar hacer lo mismo que él.
Estuvieron en París, donde vivía su hermano (que tocaba la conga en un grupo musical teatral, Le Grand Magic Circus) y luego estuvieron un mes en Lanzarote antes de dar el salto a África, donde se enamoró de la música de Mali, donde conoció a músicos e instrumentos étnicos y donde tocaba el violín.
Este viaje no me ayudó a ser mejor músico, pero sí abrió mis oídos y mi percepción sobre la música comenzó realmente a cambiarme, y a partir de ahí empecé a absorber música y a escucharla de modo diferente. Cuando acabé el viaje era muy distinto a cómo lo comencé.
Añade que parte del viaje lo hizo solo, pues Leon tuvo que regresar, y que pasó semanas sin que nadie le hablara por su aspecto de pelirrojo con piel muy blanca que le hacía parecer un demonio o un fantasma. Y empecé a sentirme invisible, como un espectro, algo muy duro para un norteamericano de clase media, y comenzó a afectarme.
Su hermano había regresado a Los Angeles para comenzar con un nuevo grupo y le mandó una carta invitándole a unirse a ellos: el grupo se llamaba The Mystic Knights of the Oingo Boingo. Con él hicieron espectáculos callejeros, pasaban el sombrero en busca de dinero, y así comenzó el siguiente capítulo de mi vida.