Basta con ojear el libro La música de Basil Poledouris (Editorial Rosetta, 2018) para darse cuenta de hasta qué punto Basil Poledouris fue un compositor desaprovechado. Escrito con mucho atino por Sergio Hardasmal (en su segundo volumen biográfico, tras John Barry. De James Bond a la eternidad) este pormenorizado libro desgrana en sus doscientas páginas la filmografía del autor de algunas de las bandas sonoras más queridas y respetadas no solo por los aficionados a la música en el cine sino por los cinéfilos en general.
Como tantos otros compositores de primerísima cualidad y categoría, Poledouris se vio relegado a trabajar en una cantidad demasiado elevada de películas irrelevantes, intrascendentes o cuando no directamente basura, allá donde otros de su mismo nivel estaban firmando películas prestigiosas. Ningún compositor se ha escapado de hacer alguna que otra película olvidable: hasta el propio John Williams hizo -y no se sabe bien por qué- Heartbeeps (81) en una época en que Darh Vader o Indiana Jones ya le daban suficientes alegrías como para no tener que dedicar su esfuerzo y tiempo a robots cursis. Pero probablemente esto fuera más un error (cinematográfico, que no musical) que no una obligación, en el sentido de no tener otra opción si se quería seguir trabajando en el medio, lo que probablemente haya sido el caso de Poledouris.
Del casi centenar de filmes en los que trabajó desde su debut en 1970 hasta su muerte en 2006 hay apenas diez títulos que merezcan ser considerados como dignos de ser referenciados y/o analizados en libros o estudios sobre cine bueno. Una decena, una cantidad irrisoria. No hablamos de los valores musicales sino de los cinematográficos. Para un músico de la talla de Poledouris, es un verdadero y cruel fracaso.
Siempre he dicho, y nunca dejo de insistir, que a diferencia de los que se dedican a la Historia o a la crítica de cine, nosotros no tenemos listones: debemos explorarlo todo pues en no pocas de las películas más abyectas se han encontrado bandas sonoras de primera categoría. Bien sea porque el compositor tenía libertad absoluta de creación en tanto a nadie le importaba la música mientras la hubiera, bien fuera porque el compositor no va a dejar de hacer lo mejor posible su trabajo. Pero debe ser grande la frustración -en cualquier compositor- cuando la película al hundirse hunde también la música y nadie le da reconocimiento, más allá de los aficionados a las bandas sonoras que, en términos prácticos, no es suficiente.
Hay una idea muy extendida y errónea según la cual una película mala por lógica no tiene una buena banda sonora, un sinsentido que requiere de mucha didáctica y demostración empírica. En lo que concierne a Poledouris, Hardasmal ha hecho didáctica y empirismo para probar que Poledouris fue uno de los grandes incluso en los peores momentos. Obviamente hay filmes más importantes que merecen mayor espacio y dedicación que otros, como por otra parte no podía ser de otra manera, pero es grato constatar que de los peores títulos el autor saca la mejor prosa del compositor, desde el absoluto respeto y, afortunadamente, sin hagiografía ni loas gratuitas.
Es un libro extenso e intenso, bien documentado y escrito, que se pierde algo en datos poco relevantes (no siendo un libro de utilidad musicológica no aporta mucho decir qué instrumento suena aquí o allá si no se va más allá de eso) y que en muchas de sus explicaciones no llega realmente al destino final y real de la música, limitándose a citar dónde aparecen los temas y, a lo más, en qué cambian, pero sin explicar la estructura, su narrativa, el diálogo que se produce entre los temas musicales, etc. Pero a favor hay que decir que ni las referencias instrumentales son protagonistas en la explicación ni realmente hay mucho que sonsacar de lecciones de cine en la mayor parte de esos títulos, donde lo emocional prima sobre lo narrativo y lo estético sobre lo dramático. Los títulos más puntales y esenciales, tipo los dos Conan, The Blue Lagoon (80) Robocop (87) The Hunt for Red October (90) o Starship Troopers (97) -y pocos más- son los mejor profundizados y aportan datos muy interesantes como explicar la razón por la tardanza en la aparición de los temas principales de Robocop o de Starship Troopers, por ejemplo, pues no es algo meramente anecdótico y sí de calado cinematográfico.
Este libro contradice con didáctica y empirismo ese dicho de las malas películas no tienen buenas bandas sonoras, y lo hace sin engañar: las malas películas siguen siendo malas y no buenas porque las haya agraciado Poledouris con su presencia, pero el autor expone de modo a veces estupendamente aséptico lo que el compositor hizo en ellas, con mejores resultados o con no tan buenos logros. Pero siempre con la dignidad de un creador que, en las peores circunstancias, siempre procuró dejar impronta de lo mejor de sí mismo. Y Hardasmal ha contribuido a rescatarle del ostracismo.
Nuestra puntuación: 8/10