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Tema final es el que cierra la película, pero no necesariamente el último que suena. Se corresponde a la música que acompaña los créditos finales, por lo que si en estos no se inserta música, la última música que sonase (en una secuencia previa) no sería un tema final. Eso sí, el tema final puede comenzar antes de los créditos finales y desarrollarse en los mismos. Hay películas que acaban de este modo, con una última secuencia en la que se aplica una música que sigue sonando cuando la imagen se funde en negro y aparecen los créditos. Puede darse el caso de que una película no tenga tema final, si los créditos no llevan música o si no hay créditos finales.
Su importancia es primordial, pues es el que cierra la película y puede contribuir no solo a dar al conjunto del filme coherencia estilística sino también resolver algunas cuestiones dramáticas. Naturalmente, en ocasiones tiene un sentido neutro. Puede conformarlo un único tema musical o una sucesión de varios. A diferencia de lo que sucede con el tema inicial, un tema final sí puede ser el principal de la banda sonora porque la película ha acabado y ya se han establecido las cuotas de poder entre los temas. El tema inicial y el final pueden ser diferentes, idénticos o una variación de lo mismo. Si son idénticos, lo que se produce es un efecto equilibrado y simétrico, una forma de encerrar un filme dentro de un mismo color musical manteniendo la coherencia, incluso cuando los temas que hayan sido insertados en la película nada tengan que ver con el inicial y final. Sucede así en Sleuth (72), cuya partitura es de John Addison: la deliciosa música de los créditos iniciales, una melodía de aire circense, aventura que lo que encierra el filme es un gran juego, al que el compositor invita a participar. Y cuando este juego de trampas y crímenes perfectos se acaba, el compositor cierra la peculiar fiesta del mismo modo, aunque más brevemente.
Hay una tendencia, bastante más habitual de lo que sería deseable, a insertar como tema final una o varias canciones, lo que suele responder a criterios comerciales, salvo que esa canción sea una versión de algunos de los temas musicales de la película, como es el caso de la célebre My Heart Will Go On, de Titanic (97), que es una versión cantada del tema principal del filme. Pero en no pocas ocasiones esa canción resulta inapropiada porque el espacio de los créditos finales es el lugar idóneo para que el compositor aporte una conclusión a lo que ha sido el devenir de su guion musical. Lamentablemente, no pocas veces no se concede ese privilegio a la película (ya no al compositor) y se condena al compositor a hacer verdaderos equilibrios para que todo su discurso narrativo tenga sentido. Y eso no siempre se logra.
Sí lo logró Bernard Herrmann en Taxi Driver (76) hasta el punto de aportar con su música (y también en su tema final) no uno sino tres finales diferentes a la película, tal y como explicamos en un capítulo de Lecciones de Música de Cine. Otros ejemplos significativos de la importancia dramática (y conclusiva) del tema final los encontramos en el final de C'era una volta il West (68), o más recientemente en J'accuse (19), de Roman Polanski, donde la música de Desplat, que casi no ha hecho acto de presencia en el filme, se explaya aquí dando un contundente mensaje de protesta que es una declaración en toda regla del director, expresada desde la música.
Un caso ciertamente singular y maestro del uso y la importancia del tema final es el de Papillon (73), el filme de Franklin J. Shaffner con música de Jerry Goldsmith. Aquí, el tema final es y funciona como un anticlímax y reposiciona el filme en un terreno no esperado: tras la explosión emotiva de la escena de la huída y la maximización del tema principal en lugar de cerrar con eso o con una extensión de eso como tema final, se impone un tema lúgubre, muy dramático. La lógica (y ortodoxia) hubiera pedido empezar el filme con esos créditos, si bien es cierto que muestran un penal en descomposición, pero es algo que podía solventarse con el relato en flashback. Sin embargo, el hecho de llevar al espectador a un territorio tan opuesto al de la escena final y cerrar el filme de ese modo tan siniestro deja claro que Shaffner tenía en mente para la película algo mucho más importante que relatar que un canto a la libertad: una declaración en toda regla de protesta, también política, que denuncia y que viene a explicar al espectador lo intolerable e inaceptable que es el que existan penales como el de la película. Sin haberlo dicho desde el tema final, no podría haberlo dicho tan claramente.