Hace unos meses, viendo en el cine First Man (18), al escuchar en la música de Justin Hurwitz el theremín deduje -parecía que era lo más lógico- que había sido incorporado para aportar un aura de magia, que retrotraía a tantas películas de Ciencia-Ficción donde ese instrumento electrónico ha evocado el misterio y la fascinación por los mundos desconocidos, tal y como también se corresponde con la película de Damien Chazelle. Un recurso que, aunque algo obvio y manido, es efectivo. Pero recientemente he sabido que su presencia responde a otra razón, menos poética, y es que Ryan Gosling averiguó que Neil Armstrong (el astronauta que interpreta) era un gran aficionado a este instrumento, se lo comentó al director y al compositor y decidieron incorporarlo. La razón de emplearlo tenía así su lógica, pues se trataba de algo cercano al personaje, pero en su aplicación en la película nada de esa lógica se hizo evidente para los espectadores: ese instrumento no aparece en ningun momento ni hay escena alguna donde Neil Armstrong lo mencione. En la película, sencillamente, no existe y, siendo así, ¿cómo puede pretenderse que la audiencia lo entienda? Es una información que no se aporta y, por tanto, los espectadores que lo desconozcan no podrán vincularlo al astronauta... aunque sí al espacio infinito, por las razones que he expuesto de sus múltiples referencias cinematográficas.
Y aquí hubo suerte, porque el theremín pudo encontrar su espacio en el filme, aunque no fuera el pretendido. Esta anécdota demuestra que a veces el camino no acaba llevando al destino previsto, y que por consiguiente las intenciones no son necesariamente lo determinante, pues lo único que lo es es lo que queda finalmente plasmado en la película. Naturalmente esas intenciones pueden ser coincidentes con el restultado final, pero también puede que no sea así por muchísimas razones: sobrecarga musical, cambios en el montaje, explicaciones no claras, y un etcétera infinito. Coincidan el camino y el destino o no coincidan, lo único que finalmente cuenta es el destino.
Pero no todos defienden lo que es obvio. En el prólogo del libro La armonía en las bandas sonoras del cine español de los noventa, dice Pascal Gaigne que:
Pensaba antes, al iniciar mis andaduras en la composición, que la música tenía un 'secreto' que esperaba encontrar; pero me doy cuenta con el tiempo que estaba equivocado. Ahora es al revés, espero no encontrarlo nunca ya que, como dicen muchos exploradores, lo que nos interesa es el camino, el proceso y no el destino.
Esto es algo que afirma Gaigne pero que también, aunque con otras palabras, me afirmó Hans Zimmer en la breve (pero intensa) charla que tuve con él en Barcelona y con seguridad lo defendería muchísima otra gente: es difícil encontrar a un compositor o compositora que no destaque la importancia del proceso de creación, del camino, más incluso que el objetivo de esa creación, que es el destino. Es absolutamente comprensible, pero pese a todo en la música de cine y la del audiovisual en general lo único que realmente importa -pues es lo que queda- es el destino.
Por ello es fundamental empezar desde el final, conocer el objetivo que se quiere lograr con la música en la película, porque ese va a ser su razón de ser. Si se quiere que el espectador comprenda que el theremín está en la película porque es importante para el personaje, la lógica impondrá que ese personaje aparezca en algún momento con el instrumento o al menos se dé la información de que es su favorito. Entonces así cualquier espectador comprenderá la razón de su presencia y el camino coincidirá con el destino. Pero si no se hace, entonces el destino será el que prevalezca.
Tanto prevalecerá que convertirá en irrelevantes -e incluso nada interesantes- las explicaciones que puedan aportar director, compositor y actor sobre el uso del theremín: la película siempre dará una explicación mucho mejor y más completa acerca de su música que la que puedan ofrecer sus creadores. Para bien o para mal: ¡cuántas buenas intenciones han quedado arruinadas o invisibles en el resultado final! Y es por ello que en un sentido radical pero válido no es realmente imprescindible escuchar lo que tengan que decir el director y el compositor sobre el camino recorrido; lo único fundamental es escuchar lo que tenga que decir la película, que es la única que cuenta la verdad final.