Vertigo (58), de Alfred Hitchcock, nunca fue fácil ni accesible para el gran público. Fue un fracaso de público en su momento. Es pesimista y amarga y tiene por protagonista a un hombre bueno a quien se arrastra por el camino de la desdicha. Scottie Ferguson (James Stewart) es común y corriente, sin nada especial en su vida. Es una buena persona que tiene lealmente a su lado a Midge (Barbara Bel Geddes), una mujer igualmente buena y noble, sencilla, común y corriente, sin nada especial en su vida. Pero cuando conoce a Madeleine (Kim Novak) cae rendido ante el canto de la sirena y descuida lo que tiene al alcance de su realidad (¡que no es mísera!) para intentar acceder a una que cree superior (y que sí será mísera) A Madeleine llega a desnudarla, literalmente, algo que se evidencia sin evidenciarse en la escena posterior al rescate de las aguas de la bahía. Otros directores habrían hecho que Madeleine despertara empapada y que ella misma entrara en el baño a cambiarse; Hitchcock no. Scottie es un caballero y eso debería tener una recomensa, a su debido tiempo...
...pero no es lo que Hitchcock le tiene preparado: ella muere, aparece Judy y él quiere recuperar a Madeleine, a toda costa, perdiendo entonces toda su caballerosidad, bondad y nobleza. Es ahora un hombre obsesivo que obliga y exige a Judy que desaparezca para recuperar a Madeleine. Y Judy, la mujer real que personificó a la irreal Madeleine, acepta esa vejación porque le ama. No servirá de nada. Scottie lo quiere todo, y todo es lo que perderá.
Bernard Herrmann no está del lado de Scottie sino de Hitchcock: es el arma que el director emplea para causar el máximo daño, y pocas bandas sonoras han sido tan crueles e inmisericordes. Lo explico en el vídeo que adjunto.
A pesar de lo celebrado (y también malinterpretado) de su creación, Herrmann no estuvo satisfecho con cómo había quedado su obra en la película. No la pudo dirigir él por una huelga de músicos en Los Ángeles y se grabó en Londres bajo la batuta de Muir Matheson, sin que Herrmann pudiera intervenir. Los músicos británicos se unieron a la huelga y dejaron la grabación incompleta. Se buscó a otra orquesta en Europa que finalizó el resto. No fue culpa de Matheson, pero tuvo poco tiempo y no pudo hablar con Herrmann. Como consecuencia, hubo errores, algunos obvios como acordes que debían coincidir con el sonido de las campanas y no lo hicieron e incluso fallos como utilizar la flauta equivocada.
A un modo de The Composer's cut, esta semana tuvo lugar en Zaragoza, Madrid y Barcelona (y muy lamentablemente en no más ciudades) un espléndido concierto donde se pudo escuchar la música de Herrmann tal y como él la ideó. Organizado por Reel Solutions y la Orquesta Sinfónica Camera Musicae, bajo la dirección de Anthony Gabriele, el evento no tuvo lugar en una sala de conciertos sino en un cine, algo que a mi juicio fue muy acertado siquiera por aquello de no sacar la música de la sala de cine y que el público asistente se sienta más en un cine que en una sala de concierto.
Muchas veces he dicho que no soy amigo de estos espectáculos. La música de cine solo se comprende en su máxima totalidad cuando está integrada en el resto del filme, que para eso es para lo que ha sido creada. Me remito, por enésima vez, al editorial Prohibir la música donde indiqué sobre este formato que:
Este formato (...) ayuda a exponer mucho mejor la grandeza de la música de cine, y su enorme importancia en la construcción de la película. Sí responden mejor a lo que es un concierto de música de cine. Tienen un inconveniente, y es que en la música de cine funciona el ser en determinados momentos escuchada, en otros solo oída, aquí en primer plano, allá en la retaguardia... y en un concierto de estas características siempre es escuchada y en primer plano.
Generalmente este tipo de conciertos son más de entretenimiento y disfrute de la música que de otra cosa, desde luego raramente son didácticos. Pero no es menos cierto que con estos formatos pueden ser apreciados muchos matices musicales que, bien por necesidad dramática bien por defectos técnicos, quedan escondidos o poco evidenciados en el resto de la película. En el caso del concierto que nos ocupa fue más que evidente que la música resaltaba aún más el patetismo del personaje, su vía crucis, su destrucción. No creo que haya habido un espectador que haya salido de este concierto pensando, como tanta gente sigue pensando, que ese tema principal es de amor en la segunda parte del filme.
A conseguirlo ha ayudado mucho, y creo que es otro acierto a considerar para otros conciertos, el haber bajado el sonido del resto del filme a mínimos para permitir que la música sea la conductora de las emociones y narraciones. No responde a la realidad de la película, pues ahí la música participa (lo explico en el vídeo) en niveles de percepción del subsconciente del espectador, en tanto el concierto lo coloca en un nivel de consciencia donde el espectador no es víctima de la música sino partícipe de ella. Desde una perspectiva didáctica y de exhibición del poder de la música de cine sí es útil.
Los conciertos (con o sin proyección) ayudan a popularizar la música de cine, pero son dudosamente didácticos sobre su relevancia cinematográfica. El haber convocado a la gente a una sala de cine y no de concierto, el haberles ofrecido una interpretación impecable y el haber facilitado la comprensión de lo que explica la música dándole el protagonismo sobre el resto de elementos sonoros han sido la claves de un éxito artístico que ha honrado la obra de Herrmann.