Concierto por encargo del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, en su centenario, para una representación que explica su historia desde el punto de vista de su fundador, el Padre José Kentenich (1885-1968). No es una obra cinematográfica y sin embargo el compositor hace que lo parezca, manteniendo la autonomía e integridad de la música como vehículo expresivo. Lo hace con una creación exquisita, elegante, armoniosa y que mantiene estable un tempo fluido, con una música que camina hacia adelante y se va retroalimentando, creciendo en esencia y en contenido.
Arranca como arranca un amanecer, aportando algo de claridad pero sin ser aún luminoso, ni siquiera con un contenido emocional o explicativo claro, simplemente como unos toques de atención de lo que va a aparecer, y es a los dos minutos cuando la música se abre para no cerrarse ya, y evidenciar con dulzura lo que es en sí dulce (la devoción, el amor) pero dulcificando aquello que es amargo (el miedo, el sufrimiento, el sacrificio), sin esconderlo. Hay en buena parte de la música, y en mayor o menor proporción, un equilibro entre ambos elementos emocionales, que siendo contradictorios logra fusionar en una única lectura que, aunque sencilla, no es simple, y también sucede con las músicas que desarrolla en lo íntimo (piel adentro) y que expande (piel afuera). La irrupción (en realidad, eclosión) a partir del minuto 6 del que bien podría ser el tema principal en una banda sonora lo encauza: es el todo, lo que estructura, lo que define, y lo determinante. En este caso, la expresión es obvia: pase lo que pase, se caminará adelante.