Un astronauta viaja a los límites exteriores del sistema solar para encontrar a su padre perdido y desentrañar un misterio que amenaza la supervivencia del Planeta.
(contiene spoilers)
Del protagonista de este filme todos esperan que controle sus emociones o, de hecho, que simplemente no las tenga para ser así confiable y se le asigne la misión de ir a Marte a salvar la Tierra del desastre (y a buscar a su padre) Controles rutinarios cercionarán que no hay pulso en sus venas y será enviado a la trascendente misión. El protagonista, en uno de los incontables monólogos que tiene la película, explica que está entrenado para ocultar sus emociones, y una de ellas -la tristeza que le embarga- es trasladada a la música, la que habla desde su interior, la que complementa sus pensamientos y la que amplía y expande la impresión de desánimo y ocaso al resto de los humanos, allá donde se encuentren. Todo ello, con música mínima, aséptica, estática. En contraste, en los momentos donde se manifiesa alguna calidez o empatía entre humanos (el protagonista con su mujer y con su padre) surge un conato de música emocional y de melodía, de música viva que, significativamente, no llega a eclosionar: es, también, de ocaso.
Esta funcionalidad de la música, como elemento para explicar el tormento del personaje, sería brillante si no fuera porque no evoluciona allá donde sí lo hace el personaje y por un exceso de presencia en lugares que hubieran funcionado mejor en vacío musical, con efectos sonoros o con un tratamiento diferenciado.
Si el personaje evoluciona pero la música no, la música deja de estar ligada al personaje y, dejando de ser dramática o narrativa, pasa entonces a ser ambiental y, lo que es peor, solo estética además de estática. Dado que hay otras músicas ambientales (buena parte de ellas realmente innecesarias) se produce saturación y colapso, una sobreabundancia de presencia musical que impide que, en los puntos donde es realmente necesaria, ni sea siquiera atendida sino solo oída o escuchada, no comprendida.
Hay similares pretensiones y cierto parecido estilístico pero no tiene nada que ver con Interestellar (12) donde la música sí avanzaba decididamente junto al protagonista hacia su maravilloso final, pero tampoco con Arrival (16), donde la música no era de personajes sino una proclama a favor de la esperanza de y por la Humanidad. Aunque se pretenden ambas cosas aquí, ninguna se logra: todo es demasiado monótono, apático, repetitivo, más enfocado en gustar que en explicar y finalmente acaba siendo música pretenciosamente trascendente pero que es mucho más de continente que de contenido. Sin ella, el viaje hubiera sido prácticamente el mismo.