Nueva entrega de la saga iniciada en Alien (79). Mientras hurgan en las profundidades de una estación espacial abandonada, un grupo de jóvenes colonizadores espaciales se encuentra cara a cara con la forma de vida más aterradora del Universo.
El compositor firma la que es probablemente la mejor banda sonora de su carrera, un tributo y también un acto de amor al legado musical que dejaron Goldsmith, Horner e incluso Streitenfeld en sus contactos con el xenomorfo creado por H. R. Giger y alumbrado por Ridley Scott en el filme de 1979. No son solo meras citas para recordar a la audiencia las músicas del pasado sino que están estupendamente bien integradas en el nuevo contexto, funcionando más como parte inseparable del ADN del nuevo filme que no como simples referencias. Cumple con excelencia el objetivo de mantener el tono de lo que se había hecho anteriormente con la aportación de nuevas vías a través de la fusión de electrónica con música sinfónica tradicional y resulta decisiva para amplificar la atmósfera inquietante, impulsar la tensión y aportar un gran dramatismo en los personajes, pues las músicas están tanto para lo exterior como para los miedos interiores. Se mantiene asimismo el tono casi religioso y místico, reverencial, la película saca ejemplar provecho del uso dramático del sonido (y de su ausencia), mantiene el pulso y el ritmo de principio a fin y, definitivamente, es una aportación decisiva al entretenimiento, el espectáculo y la inmersión de la película.