Serie televisiva. Tras sobrevivir a un accidente de autobús en el que mueren casi todos sus compañeros, una chica se despierta en un hospital sin recordar nada del incidente… ni de su pasado. Con la ayuda de sus padres y amigos, desconocidos para ella, intentará descubrir el misterio que rodea al accidente a la vez que lucha por recuperar su vida y su identidad.
En esta irregular serie juvenil llena de espíritus, fantasmas, demonios sombríos, leyendas e incluso resurrecciones la música del compositor se destaca en primer lugar -y es su mejor contribución- por un motivo referencial de cuatro notas que viene a representar inicialmente una suerte de espacio que separa los dos lados, y también una advertencia. Más adelante, ya en los últimos capítulos, revelará un significado mucho más concreto, tangible y amenazante, pero hasta llegar a este estadio se aplica frecuentemente y su presencia -que en realidad es muy física- resulta muy perceptible gracias especialmente a sutiles transformaciones de tono que generan una creciente expectación.
En segundo lugar está la música que aplica para la épica del relato (el tema inicial, que se aplica también más allá del comienzo, y otros secundarios), y también el estupendo tema final, que es un cóctel con algunos de los motivos y temas destacados en la serie. Por su parte, el entorno del otro lado, el sobrenatural, se sustancia en una sucesión de temas intensos, sombríos y poderosos, con agunos momentos donde se hace uso de coros y otros donde se integra el motivo referencial antes mencionado para fortalecerlo y hacerlo más peligroso. Casi todos los capítulos se inician (o lo incluyen poco después del comienzo) con una parte de la explicación del origen de la leyenda sobre la que pivota el argumento, en algunos episodios con recreación medieval. Algunos de estos insertos (los del cuarto y sexto en particular) bordean cuando no traspasan lo ridículo, lo que afecta a la credibilidad de unas músicas que resultan algo impostadas, pero es un mal menor teniendo en cuenta la solvencia de las músicas en todo lo demás.
La parte sentimental y emocional la llevan musicalmente principalmente los personajes de Aurora y Deva. Son músicas delicadas (hermosos y emotivos violín y piano), que exponen adecuadamente la fragilidad, desazón y aura mística y misteriosa de los personajes, y que además abrazan (sin llegar a compartirlos, pues son solo de ellas) a otros personajes, enfatizando así su poder. Son músicas que parecen tener elementos en común pero que resultan se bastante confusas y en última instancia inoperantes: una de las razones es la similitud con otros temas, menores, como el de la relación amorosa entre Bruno y Martín, pero también debido a su estancamiento. Velázquez las introduce al principio y a partir de ahí son reiteradas sin apenas evolución y sin aportar matices relevantes a lo que ya exponen las escenas, con momentos de cierto edulcoramiento. Estas músicas sentimentales y dramáticas, aunque diferentes, son similares entre sí para una audiencia que no las percibe conscientemente, y con tantos capítulos acaban formando una amalgama casi uniforme de temas que se diluyen, se confunden, se pierden y acaban por acostumbrar a la audiencia a escuchar un mismo tipo de música sin apreciar lo que cuenta cada una de ellas. Probablemente hubiera funcionado mejor hacer algunos sacrificios (diferentes tipos de música, por ejemplo) para generar mejores beneficios. Tal y como están expuestas, los temas importantes llegan al final sin sumar ni elevar lo que se esperaba que sumasen y elevasen. Asimismo, la sumisión de estas músicas a diálogos en muchos momentos simples y poco naturales les resta credibilidad y les da cierta apariencia impostada, forzada.
Musicalmente el arranque es magnífico pero en el desarrollo son solo las músicas relacionadas con el misterio las que se mantienen firmes en el viaje por una muy irregular serie juvenil en el que el compositor cumple con lo esperado pese a sus tropiezos.