En la Inglaterra victoriana, la represión sexual crea un distanciamiento en un joven matrimonio tras el nacimiento de su hija. Mientras la madre se obsesiona cada vez más con la protección de la niña, una criatura fantasmal empieza a aparecer durante las noches...
El compositor aplica una banda sonora dramática y ambiental que busca y logra recrear un aura fantasmagórica, misteriosa, y en ese contexto imponer otro tono y cariz, que es el de una desoladora melancolía, a veces contenida y en otros explícita e hiriente. Todo ello para envolver a los personajes, con músicas que son para ellos pero no de ellos: no hay temas centrales que les expliquen ni complementen, sino músicas con las que se encuentran y que les condicionan, implicando también a la audiencia y haciéndoles partícipes de la experiencia del relato. Hay música romántica que se ancla en el período de finales del XIX y también contemporánea, con electrónica, que surge de los sueños y fantasías y que compite por el espacio sonoro y dramático. Todo ello, equilibrado con un hermoso y sencillo tema principal del que se saca buen partido.