Nueva adaptación de la novela de Agatha Christie sobre el asesinato cometido a bordo del lujoso tren, doce aristócratas sospechosos y el famoso detective belga Hércules Poirot dispuesto a dar con la resolución del enigma.
(contiene spoilers)
Con el referente del filme de 1974 con música de Richard Rodney Bennett, lo mejor que podían haber hecho tanto Kenneth Branagh como Patrick Doyle es alejarse de él y procurar evitar las comparaciones. Y se han alejado y lo han evitado, aunque no del todo, pues el tema del tren tiene también un punto jocoso, ligero y desenfadado, si bien no con el aire a grand guignol de Bennett, quien con su vals invitaba a los espectadores a sumarse a la gran fiesta del tren de la muerte (como irritado lo proclamó Bernard Herrmann). Al contrario, es un tema que tiene una factura semejante a series televisivas de época tipo de Downtown Abbey (10).
Pero en el filme de 1974 la música del tren era el tema principal de la banda sonora, su eje vertebrador, y en esta nueva versión las cosas cambian sustancialmente. Y a peor. Tres son los temas centrales de la banda sonora de Doyle, y junto a estos actúan también temas secundarios para las acciones de las primeras secuencias, con referencias étnicas, para la ambientación (temas preexistentes en diégesis), para momentos de misterio y otros dramáticos para algunas de las explicaciones individuales. Un cierto exceso en el uso y la preponderancia que se les da a estos temas contribuyen a menguar el protagonismo de los tres grandes temas -el principal y los dos centrales- que quedan finalmente diluidos en una creación que acaba por desdibujar aquello que quiere explicar, y no solo por esa preponderancia de músicas menos relevantes.
Esta es una película que se presenta musicalmente como lo que es, un filme de crimen y de misterio, pero que se ocupa mucho más de enfatizar las razones que dan lugar a ese crimen y su misterio, lo que en sí no es negativo, sino una opción de relato. Sin embargo, se malogra con la imposición de otras líneas musicales narrativas que o bien no conducen a nada (tema del tren, temas secundarios de algunas explicaciones) o bien despistan el foco de atención, como sucede con el tema de Poirot. Todo ello, unido a la falta de pulso del propio filme, un guion literario deficiente y algunas escenas que bordean el ridículo dan como resultado que la que podía haber sido una banda sonora expiatoria de gran calado dramático acabe descarrilada.