Tras cometer un error, un asesino a sueldo se enfrenta a sus jefes y a sí mismo.
Esta película tiene unas formas y ritmo impecables, y funciona con la precisión de un reloj gracias especialmente a su magnífico montaje, una interpretación excelente y una historia interesante. Hay un doble rol en la música: en primer lugar, están las canciones preexistentes, de uso diegético, que el protagonista escucha y que le evaden del entorno. Por contraste, las músicas originales ayudan a crear un aire monótono, frío, apático y pesimista que es tal y como el protagonista percibe su entorno y lo que bulle por su mente: de hecho, afirma, cuando quiere concentrarse se pone los auriculares para escuchar canciones que -esto no lo afirma, pero se evidencia- hagan que su música interna se calle. Es la música que controla vs. la música que le controla.
La idea, en sí muy buena, se malogra cuando todo avanza, el personaje se desarrolla, los acontecimientos se suceden... pero las músicas son siempre las mismas, sin giro constatable, sin nervio, sin cambios allá donde los hay en él. Al final es una propuesta musical vacía, que convierte al protagonista en un ser inerte pese a sus pulsaciones y que, por apenas proyectar su lucha interior, se acaba convirtiendo en una música que convierte en opaco e inexpugnable al personaje, cuando claramente no era esa la pretensión.