Un ambicioso multimillonario quiere apropiarse de la Luna y explotar una fuente de energía, pero para ello, deberá borrar de la Historia la gesta de los astronautas del Apolo XI. El único capaz de impedir que se salga con la suya es un adolescente que actuará con la ayuda de sus amigos y su abuelo en un viaje al satélite.
Banda sonora sinfónica que se aplica para enfatizar la odisea e impulsar las emociones de los personajes, así como para involucrar a los espectadores. Hábilmente, en la primera parte del filme (la previa al viaje a la Luna) la música se posiciona pasivamanete, en la retaguardia, dejando que sea el guion literario del filme el que lleve las riendas narrativas y limitándose a puntuar determinados momentos con músicas no explicativas y avanzando algunos elementos que luego serán determinantes. Es a partir del viaje cuando el compositor toma el control del filme y lo dirige enérgicamente durante toda la aventura y hasta su esplendoroso final, con un notable tema principal creciente, abierto, de poderoso vitalismo que se refuerza con la presencia de coros. Este tema va tomando forma y cuerpo a medida que avanza el filme y lo lleva a las máximas cotas de expresividad, cautivadora, al final. Durante este proceso, se inserta un contratema, el del multimillonario, que es una música con elementos siniestros pero que resalta más un patetismo muy dramático, que sirve determinantemente para darle al personaje un toque conflictivo muy shakesperiano. La llegada a la Luna es uno de los mejores momentos del filme, pero no por el éxtasis de la música sino precisamente por lo contrario, por su contención, que focaliza las emociones de los personajes (y espectadores) en un sentido muy íntimo, delicado. La presencia de canciones en medio del filme, meramente comerciales, irrelevantes e insignificantes perjudica el desarrollo del guion musical del compositor, se interpone en momentos que podrían ser muy bien aprovechados para involucrar más al espectador (el primer paseo por la Luna, por ejemplo) y rompen obviamente la unidad de criterio estilístico. Como siempre, esta innecesaria inserción (imposiciones comerciales como siempre ajenas) no sirve para nada más que para bajar el nivel del filme y desde luego no ayuda al espectador a meterse en la película, sino que lo distrae. Pero aunque afectan, la presencia de estas cancerígenas canciones no desmontan el discurso narrativo de la música, que es sólido y ejemplar. Pero sí impiden que el resultado global pueda ser calificado de obra maestra.