En un futuro no lejano, en el que el planeta Tierra sufre una creciente desertización, un agente de seguros de una compañía de robótica descubre algo que podría tener consecuencias decisivas para el futuro de la Humanidad.
El compositor aplica una muy elegante y refinada partitura en la que hay música para la recreación de un entorno árido, casi arcaico y primario, que es obviamente la que se ubica en el territorio y en el que se hace uso de voces turbadoras que expresan en cierta manera el ocaso de la Humanidad. En este contexto surge el tema principal, una bellísima melodía elegíaca que adquiere en algunos momentos la forma de un réquiem (con aires a lo John Williams, si bien solo es una referencia) y que conoce interesantes transformaciones en el discurso del guion musical, siendo expansivo o introspectivo, y sirviendo tanto para generar esperanza como para remarcar la necesidad de redención del protagonista y de liberación para algunos de los robots. Otros temas, secundarios, siguen en esa línea de aportar orden al caos y luz a la oscuridad, en un combate que resalta ilusión pero también amargura, una contradicción y un choque de emociones que se mantiene con exquisito pulso a lo largo de toda esta creación. En cierto modo, allá donde debería entenderse como una música para el fin del mundo acaba por convertirse en la música del Génesis, la de un nuevo comienzo. Exquisitamente bella.