Un adolescente rebelde vive con su padre a base de pequeños timos gracias a su habilidad para proyectar ilusiones visuales en la mente de los demás. Una misteriosa agencia secreta comienza a perseguirle.
El compositor firma una insustancial y anodina creación que ni encuentra su sitio en la película ni consigue sacarla del tedio. Ni las músicas para la acción ni las que pretenden crear una atmósfera de ficción funcionan, y mucho menos las dramáticas. La música cuando está ni se la ve, y cuando se la ve es como si no estuviera. Las propias carencias del filme (pésimas actuaciones, guion mediocre, etc) ahondan en la insustancialidad de una banda sonora que nada aporta ni nada suma y que se limita a parchearse en diversas escenas para intentar dotarlas de cierta entidad, en lo que resulta una sucesión apática de músicas faltas de interés, sustancia y gracia. Solo destaca su animado tema final, en créditos.