Una joven drogadicta da a luz pero incapaz de ocuparse del bebé lo vende a una mujer dedicada al tráfico de niños. Arrepentida, tratará de recuperarlo.
Este es un filme que de algún modo fusiona el giallo italiano con un relato de los hermanos Grimm, tipo Hansel y Gretel, sin absolutamente ningún diálogo: solo sonidos y música ocupan el espacio no visual, y estos -sonido natural, sonido artificial y música- asumen una importante carga dramática y, más puntualmente, narrativa.
La música tiene como eje un bello tema principal con el piano como protagonista que viene a funcionar como cordón umbilical muy visible entre la madre y su bebé. El contexto en el que aparece es sombrío y trágico, y funciona aportando luz y ternura que la madre acaba por hacer suya y convertirla en su principal motivación para seguir adelante en su intento de recuperar a su criatura... y en lo que procede a eso. No es solo una música de referencia, de citar la figura del bebé y la condición de la maternidad, sino que se sumerge piel adentro de ella y la hace mucho más expresiva y comprensible, teniendo en cuenta la ausencia de diálogos: a ella se la entiende también gracias a lo que dice la música.
Este es un tema que evoluciona, se transforma, expresa amor y también desolación, fortaleza y fragilidad, y enhebra una creación extensa y diversa, nunca intrusiva y en ningún momento irrelevante, donde se aplican otros temas que participan a la contra, que pertenecen a la siniestra casa donde acontece la acción, y que con sus aires herrmannianos (es solo una referencia) otorgan un gran poder, imprevisible y siniestro, que no pertenece a ninguno de los personajes malos del filme, ya que parece tenerlos también dominados, aunque sí hay cierta conexión con la matriarca de la casa. Son en todo caso unas músicas oscuras, de un sitio demoníaco, tóxico, contaminante, que atosigan y atenazan a la protagonista y también al tema principal, en un duelo musical con sobresaliente resolución final. Hay terror y miedos, pero también mucha belleza y poesía.