Un músico de jazz debe volver por unos días a su pueblo natal, en Navarra, donde descubre que su hermano tiene relaciones con una madre soltera y sospecha que ella solo quiere hacerse con la herencia familiar.
Lo primero que llama la atención, y que puede resultar extraño en la música de la película, es su uso instrumental, sustentado en el banjo o el ukelele, a priori del todo inadecuados en lo que concierne a lo geográfico. Pero, lejos de tratarse de una opción extravagante, eso ayuda a la universalización del personaje principal -que es quien soporta la mayor parte de la música.- y a darle un tono humorístico, moderadamente bufonesco, que lo hace más entendible para el espectador.
La música deja entrever, de buen principio, que no es más que un ser frágil en un caparazón de hierro, en una aparente contradicción que ayuda mucho en la explicación de su personalidad escondida y que también desdramatiza los sucesos narrados. El compositor lo hace con una partitura a caballo entre el western y las road movies, que inicialmente se aplica fragmentada y que paulatinamente va tomando cuerpo y forma, a la par que el personaje se reencuentra a sí mismo.
Este tono casi cómico de la música se mantiene estable a lo largo del metraje y acaba por convertir a un personaje aparentemente antipático en un ser delicado y sensible.