Un estadounidense de vacaciones en Grecia se convierte en víctima de una persecución tras un accidente.
Ryuichi Sakamoto es un compositor con enorme y merecido prestigio internacional al que a veces se ha recurrido más por contar con su firma que por sacar provecho de su aportación. Ya sucedió en Tacones lejanos (91) donde, al menos, aplicó un bellísimo tema principal que sintetizaba la esencia dramática del relato. Pero no sucede nada siquiera cercano aquí, con una creación que pretende recrear atmósferas turbias, inciertas e inquietantes, poco ortodoxas, pero que acaba por resultar un mero parcheo de músicas inconexas, diversas y que en ningún momento se imbrican ni con el relato ni con el protagonista, y que cuando pretende hacerlo -las partes dramáticas- resulta especialmente insolvente. La falta total de cohesión temática, estética, de desarrollo y la excesiva frialdad y apatía de la música supone un lastre para una película en la que finalmente Sakamoto es más un estorbo que una ayuda. Su peor trabajo para el cine.