Secuela de Re-Animator (83). El singular científico cumple condena por ser el causante de una matanza provocada por extraños engendros, productos de sus experimentos sobre reanimación de organismos muertos. Lejos de rehabilitarse y arrepentirse de su obsesión científica por vencer a la muerte, sigue trabajando en esa misma línea.
Con el tema principal de Richard Band, y como en la anterior entrega con referencias a Bernard Herrmann, el compositor mantiene el espíritu anárquico y deliberadamente grotesco pero con mucha mayor solvencia y mejores resultados. Esta es efectivamente una obra demencial, desordenada, imprevista e imprevisible, que parece haber sido escrita sin previa planificación, siguiendo las pautas de lo narrado en el filme. Solo es, sin embargo, una apariencia, pues se trata de una creación que va tomando cuerpo y sentido en la suma de las distintas músicas que se incorporan, de modo lógico y creciente. La estrategia, y esto es lo más interesante, es la de trasladar la turbulenta mente del protagonista al terreno musical, resaltando tanto su locura como su absoluta indiferencia, que el compositor trata con cierta ironía. De este modo, de alguna manera, el espectador acaba empatizando con el científico y sigue su juego. Hay también músicas para los contextos y las acciones, pero es la perspectiva del protagonista la parte más interesante, tanto por lo gótico como por lo extravagante.