Tras hacerse famoso interpretando a un célebre superhéroe, un actor trata de darle un nuevo rumbo a su vida, recuperando a su familia y preparándose para el estreno de una obra teatral en Broadway.
La batería es el único instrumento en la banda sonora original y el director también hace uso de temas pre-existentes. A pesar del aparente caos que este desorden musical genera, todo tiene una explicación, y todo está muy bien calculado y colocado. En el l mismo inicio del filme está una de las claves y una toma de postura del director: la batería abre paso a lo que parece será la construcción de algo musicalmente concreto. Pero se zanja de golpe, se corta y con ello se indica que en este filme la música no va a participar como usualmente se emplea en el cine, como elemento racionalizador de conceptos y emociones, o metalenguaje que se comunica con el espectador. Esto no va a suceder aquí, no hay ni sitio ni espacio para eso y no va a funcionar así. De hecho, es algo que se repite en el filme, para remarcar esta idea.
En lo que procede tras el comienzo, se irán distribuyendo por aquí y por allá, sin aparente sentido, latidos y quejidos y desconcierto y desorden con los golpes de batería, que suenan a lo largo del metraje, varias veces de modo intrusivo. Pero ni están colocados al azar ni son propósitos estéticos algo excéntricos del director: en ocasiones aparece en escena, surrealistamente, un hombre tocando la batería (en la calle, en un pasillo) y con él se cruza siempre el protagonista. Es de suponer, pues, que la batería ya estaba incluida en el guion literario del director y sus colaboradores y es obvio que el hecho que forme parte de la escena evidencia que Alejandro González Iñárritu ya contaba con ella como parte del todo. No ha sido, pues, una decisión tomada a posteriori para acabar de complementar, matizar o colorear. Ha sido algo perfectamente planificado y deliberado.
Se aplica sobre el personaje principal, pero es una música bastante indiferente, virtuosa pero distante, que no pretende transmitir emociones y que parece una música de tránsito, que podría generar la expectativa de que conducirá a algo más resolutorio, pero todo se mantiene homogéneamente, fríamente. No es, en realidad, una música de personaje sino contra el personaje, y no sale de su interior (su caos emocional y mental, por ejemplo) sino que se la encuentra en su exterior, de ahí las oportunas apariciones físicas en escena del hombre tocando la batería o, entendido de un modo más evidente, es la imposición y presión que el director, el titiritero, ejerce sobre su personaje pero también sobre el espectador, a quien se desconcierta, se provoca y se consigue (seguramente no siempre) que aunque sea por intentar entender qué está pasando se mete aún más dentro de la película en busca de respuestas. Tal y como es la película, una banda sonora ortodoxa hubiera ficcionado y, dado lo peculiar y visceral de todo, es bastante probable que se mantuvieran distancias. Por el contrario, a mi juicio, uno de los grandes logros de esas inserciones más sonoras que musicales, es el hacer más partícipe a quien ve el filme en este laberinto de emociones.
Algo parecido sucede con las frecuentes inseciones de música pre-existente, que participa en este engranaje narrativo caótico y delirante. Son músicas concretas, líricas, que se contrastan vivamente con los sonidos de la batería (son el orden frente al caos, el respiro contra la asfixia), pero acaban por ser una concatenación de culs-de-sac, de callejones sin salida, que se aplican no casualmente en momentos de aparente relajación, de expectativa y de ilusión, incluso en alguna escena melodramática, pero que tampoco lleva a ningún sitio, que se corta súbitamente y todo vuelve a ser un vodevil donde los personajes no van a poder contar con la música como elemento de apoyo. Ni los personajes ni los espectadores. Alejandro González Iñárritu ha sabido muy bien lo que hacer.