Un alto ejecutivo a punto de convertirse en socio de una gran empresa recibe el encargo de mediar en el secuestro del ingeniero de una petrolera americana en África.
La música para este thriller tarda algo en presenciarse de modo palpable en el metraje, y cuando aparece es para hacer daño: no busca la empatía con la audiencia sino justamente la antipatía, generarle incomodidad, desasosiego y turbación, con música hostil y refinada, también pesimista, que alterna momentos muy explícitos con otros sutiles, igualmente crueles e implacables, pero que buscan y logran provocar una impresión de caos, de desconcierto y de imprevisión. Se trata de una música densa, elaborada (con muchos layers de cello superpuestos, por ejemplo) y algunos instrumentos virtuales. Como contraste hay músicas con pretensiones dramáticas, evocadoras, que aportan algo de luz en la oscuridad, pero que acaban avasalladas. Todo ello expone el conflicto interno, emocional y psicológico, de los personajes.