En el Londres de la Segunda Guerra Mundial un niño es evacuado al campo por su madre para escapar de los bombardeos. Decidido a volver con su familia, se embarca en un viaje épico de vuelta a casa.
Esta es una película de factura muy tradicional a la que hubiera beneficiado considerablemente una banda sonora también tradicional, con temas musicales reconocibles y con significado entendible. La opción elegida por el director y el compositor ha sido pretender romper con ese molde y hacer algo diferente, visceral, cambiante e imprevisible, intentando posicionarse desde la perspectiva del desconcierto y terror del niño, pero el resultado es que la música deshilvana el relato argumental y dramático, generando una desvinculación casi total entre la banda sonora y el argumento y personajes. Es así música dispersa para una historia que no lo es, música inconcreta en un argumento bien definido, temas apáticos para personajes con emociones. Como resultado, la música es más de parcheo que de narración, que funciona a ratos muy bien (las partes más apocalípticas) y en otros es poco relevante. El poderío visual y emocional expuesto en el argumento, montaje, imágenes e incluso el uso del sonido son menguados y afectados por una música que no cohesiona ni tampoco tensiona, limitándose a cumplir con lo inmediato en lugar de sumarse a la aventura y anhelos de los personajes para involucrar asimismo a la audiencia.