Cortometraje sobre unos niños de un barrio marginal que entran en casa de una persona recién muerta y roban una bomba de la Guerra Civil que el finado guardaba, con la intención de poder venderla.
Este cortometraje -bellísimo y dramático a partes iguales- tiene aires neorrealistas y la música participa en ello. Música flamenca, no folclórica pero sí orgánica, árida, desgarrada, que se presenta a modo de gritos de queja y de dolor, que es música del asfalto, quemada, sofocante y también sofocada. Su presencia es muy puntual, para remarcar una impresión de que todo está perdido, que el presente de los niños no tiene futuro. En ese contexto irrumpe el piano, aire y oxígeno que aporta un elemento emocional, que dialoga con el flamenco y se integra en él, y que finalmente, unidos y aplicados sobre el protagonista, explican sus motivaciones. Es música que arranca hostil, incómoda, y acaba poética. Es mucho.