Un pequeño huérfano se va a vivir con su abuela en un pueblo de Alabama, donde ambos tienen extraños encuentros con algunas brujas...
El nivel de Alan Silvestri es alcanzado por pocos compositores en activo actualmente, y de alguna manera es un superviviente de una generación irrepetible. Su excelsa labor junto al director Robert Zemeckis ha dado al cine norteamericano algunas de sus mayores joyas, cinematográficas y musicales, y también en lo que a lecciones de cine hechas desde la música se refiere. Esta nueva película es probablemente una de las creaciones en común menos interesantes, o por lo menos no está al nivel de bastantes otras. Pero en el contexto del cine USA contemporáneo es un osasis en un desierto demasiado extenso.
Es música. Ante todo y sobre todo es música a la vieja usanza, que es la mejor de las usanzas. Es música, es emoción, elegancia, finezza y pasión, y todo ello se traslada a la película para explicarla y para implicar a la audiencia. La película es, en su conjunto, bastante superflua y convencional, fallida en casi todas sus pretensiones, impersonal y descorazonadora. Pero la falta de magia del filme se compensa con una música que sí la tiene, aunque no logre salvarlo de su agonía. Tiene un tema principal poderoso y vibrante, del que saca máximo partido, y que es una invitación en toda regla a participar en una gran fiesta en la que se suman el resto de temas (ambientales, de comedia, sentimentales o de acción) para evidenciar que Silvestri sigue siendo un enorme compositor.