Un hombre es secuestrado y despierta enterrado vivo en un ataúd de madera, teniendo únicamente un teléfono móvil y un mechero. El teléfono es el único medio para tratar de escapar de su agónica pesadilla. La cobertura precaria y la escasa batería son sus mortales enemigos en una carrera a vida o muerte contra el tiempo: sólo dispone de 90 minutos para lograr su rescate antes de que se le agote el oxígeno...
Siendo este un filme cuya acción transcurre en un entorno tan cerrado y limitado, el único espacio que el compositor puede ampliar es el psicológico, y así lo hace con gran solvencia. La banda sonora se ubica en tres niveles dramáticos: en primer lugar, una música cerrada, hostil, que viene a emular la progresiva falta de oxígeno que sufre el protagonista y que también le asfixia. En segundo lugar -y es la parte más interesante- una música aplicada para realzar la desesperación, que se ubica en los niveles espaciales de las emociones del personaje. Habiendo éste respirado el aire de Irak en libertad es del todo lógico que el compositor aproveche ese factor para incluirlo en forma de música étnica que emula esa anhelación, y el efecto logrado no deja de tener cierto componente de crueldad, lo que obviamente beneficia al filme en tanto expone con mucha más claridad la desolación del protagonista. Finalmente, una música resolutoria que, aunque oxigenada, está exhausta.