En la Francia de finales del Siglo XIX Edmond Rostand es un dramaturgo prometedor, pero todo lo que ha escrito ha sido un fracaso. Gracias a una admiradora, conoce al mejor actor del momento, que insiste en interpretar su próxima obra. El gran problema para Edmond es que todavía no la tiene escrita. Sólo tiene el título: Cyrano de Bergerac.
Deliciosa creación sinfónica para el énfasis de la comedia y también para lo sentimental, lo romántico y especialmente para darle al conjunto del filme un tono vitalista, optimista y jovial. Es una banda sonora que se dedica a seguir la trama según se va sucediendo y funciona a modo de comentario musical añadido. Solo la perjudica la inserción errónea e inadecuada del Bolero de Ravel en un momento importante del filme, que rompe la unidad de criterio estilítico y castra el desarrollo dramático que tenía la música original.