Miniserie televisiva que relata lo que aconteció en la Central Nuclear de Chernóbil en 1986, uno de los mayores desastres provocados por el hombre en la Historia reciente, así como los sacrificios realizados para salvar al continente de un desastre sin precedentes.
(reseña de Ignacio Marqués Cuadra)
Pese al aparente escaso interés musical que en buena parte posee la banda sonora de esta serie -realizada casi en su totalidad con texturas electrónicas y efectos de sonido- no hay que desestimar su contribución a la hora de involucrar y dejar expuesto al espectador ante el horror y la gravedad de los acontecimientos. Todo ello se consigue gracias a un planteamiento que es en sí toda una declaración de intenciones.
La compositora crea una música tóxica, contaminada, de carácter industrial, completamente justificada en su forma por ser conceptualmente coherente con la naturaleza del desastre y, además, muy útil para hacer visible un fenómeno mortífero que aparentemente es imperceptible. Se utiliza de manera dosificada, sin saturar, y se va aplicando en diferentes situaciones para generar tensión, angustia o terror, pero cuyo efecto resulta especialmente notable en todas las escenas en las que la radioactividad está físicamente presente, que se pone explícitamente de manifiesto gracias a la música. También se utiliza en momentos muy concretos para poner el peligro y las consecuencias de la radioactividad en la mente de algunos personajes. Por otro lado, se aplica música con un cariz algo más dramático, también contaminada (salvo en un flashback del día antes del desastre), usando puntualmente la voz humana para exponer el dolor y el sacrificio de todos los implicados, significándose por otra parte en un sentido tributo cuando esta termina descontaminándose y eclosionando en un bellísimo tema coral basado en un canto tradicional ortodoxo (Vichnaya Pamyat) para honrar la memoria de todos ellos.