Un adolescente entra en un mundo mágico con una garza gris parlante tras encontrar una torre abandonada en su nueva ciudad.
De la casi docena de películas conjuntas de Hayao Miyazaki y Joe Hisaishi esta es la que menor presencia y relevancia argumental y dramática se concede a la música: la película no la necesita. La labor del compositor es más de matices y de puntuaciones que de explicaciones. De hecho, hasta el tramo final la música es escasa aunque no irrelevante (en absoluto), pero tiene sentido la predominancia del silencio musical: nada será construido hasta que lo que ha de ser destruido permita completar y elevar la música y lo que expresa. Hasta entonces son retazos incompletos, inconclusos, que tienen al piano como instrumento catalizador y unos temas musicales que existen pero no pueden eclosionar. Son hermosos pero de un color triste, pesimista, negativo. Es la música del dolor. Nada hay de malo en esta forma dramatúrgica y narrativa, muy útil para la película aunque el final resulta musical y emocionalmente insatisfactorio y decepcionante en aquello que pretende transmitir.