Ocho amigos amantes del terror luchan por sus vidas cuando un payaso asesino que parece conocer el tétrico secreto que comparten comienza a eliminarlos, uno a uno.
A pesar de que la música intenta salir de los clichés y los convencionalismos en el género del slasher, y de que el compositor evita los tan recurridos sustos del gato y la tensión prefabricadas, es una obra dispersa y confusa, que abre distintos frentes que son explorados sin que lleven a ninguna parte de interés. Es dramática, es de terror, es divertida pero acaba por no ser realmente nada. Destaca un motivo referencial bastante reiterado aunque de insuficiente entidad como para poder transfigurarse y tomar cuerpo y forma. También destaca la fusión de música sinfónica con electrónica y son estimables los intentos de generar un aura macabra que se contrapone a la aplicada para las emociones de los personajes. Pero en su conjunto fracasa en la pretensión de hacer grande lo que es muy pequeño (como lo es el resto de la película) así como adolece por el agotamiento de las posibilidades de la música a mitad de filme, a partir de la cual la banda sonora ya no ofrece nada más de interés, siendo especialmente anodina en las secuencias finales.