Miniserie televisiva de animación sobre una comunidad de conejos amenazada que busca de un nuevo hogar.
Para esta miniserie basada en la novela de Richard Adams, que es un relato sombrío, oscuro, dramático y en momentos terrorífico, el compositor presta un impecable servicio al lograr levantarla y remontarla allá donde falla especialmente en su parte técnica, con una calidad en la animación bastante limitada para los tiempos que corren. Esto es algo que juega en contra de la debida sinergia con las imágenes, pues allá donde estas son algo toscas la música es muy elaborada y refinada, y de hecho es infinitamente más expresiva. Sin embargo, la mayor parte de la música no está en la labor de acompañar esas imágenes sino dar soporte al relato, esto es, servir al modo de comentario musical sobre lo que sucede, de tal manera que en este espacio sí encuentra encaje y su dinámica dramática. No es una música narrativa: no explica nada que no esté ya explicitado en la historia, y a pesar de que algunos temas son centrales, particularmente los líricos, están supeditados a enfatizar aquello que se expone en la narración. En este sentido, funciona como un complemento -muy expresivo- a la misma.
En lo musical, la ausencia de un tema principal reconocible y de una estructura temática conservadora hace que todo sea más caótico e imprevisible, también deja a los protagonistas algo desvalidos, lo que permite conseguir un resultado menos convencional y con mayores dosis de incerteza. En ese contexto, el compositor aplica unas músicas cambiantes, que abarcan de lo impresionista a un hermoso lirismo, a veces algo exagerado (con uso de coros quasi religiosos) pero que le da a la serie una gran fortaleza dramática. Recuerda en momentos -solo es una referencia- al mejor Goldsmith y también a lo mejor de la tradición musical en el género de la animación.